Veintiséis

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Rebecca recompuso su postura cuando decidió que ya era tiempo de alejarnos, fue ahí que caí en cuenta de que algo le pasaba. Sus ojos miraban para el suelo. Una mujer áspera y prepotente con un carácter indomable no podría nunca estar mirando para el suelo. Pero vamos, estoy consciente de que todas esas actitudes son en clases, porque una vez alejada de su papel de profesora, ella sonríe y qué cosa para más bonita, destalla belleza y usa la ironía como su mejor aliado. Pero esta vez, que nadie nos ve por la desolada escena en la que estábamos presentes, se podría decir que Rebecca puede ser ella por un momento, que la verdad no me importaría en lo más mínimo conocer ese lado, apuesto que me gustará como siempre. A pesar de eso, decide ocultar algo y aunque su traje de lunes le dé un aire de autoridad, no tenía que por qué estar fingiendo, no si es conmigo con quien finge; con los ojos neutros, sin más, sin menos y se puede decir equilibrio, mas viniendo de Rebecca, esa nueva faceta me preocupa y me da unas punzadas en el pecho porque yo estoy realmente feliz de verla y de abrazarla, y que me haya dicho que me extraña no tiene sin duda comparación, pero ella está rara y yo feliz, y aquello no es justo.

Aunque de costumbre, no se deja descifrar.

Suspira, llena su pecho de aire y levanta el rostro. Ahí va la mujer que me tiene loca nuevamente. La que conozco. Sus ojos inspeccionan el lugar y sus manos viajan a mis hombros para apretarlos como si hubiese extrañado mi piel y me dejo. Luego, acaricia mi mejilla cariñosamente y siento cierto temblorcito en su mano como si estuviera interrogándose entre lo correcto con sus deseos. Como si tocar mi piel le produjera los mismos escalofríos que me produce a mí tocar la suya.

Le sonrío otra vez y ella ya no lo hace, aleja su mano y me da leves palmadas en el hombro. Dibuja esa línea fastidiosa entre nosotras; cada que nos acercamos, esta misma se hace más gruesa.

—Te veo en clases —repite.

Un sabor amargo y dulce inunda mi paladar, recorre mi garganta y mi estómago para convertirse en unas frondosas alas de mariposa, esos benditos revoleteos que al rato mueren ahogados.

Repaso todo lo que sucedió en solo un momento sin saber cuánto dura en realidad un momento; cuando me encuentro cerca de su piel pierdo la noción del tiempo. Aunque para la profesora solo fueron dos, tres minutos, para mí corría sin dejarme un poco de tregua. Sin dejarme disfrutarlo en vida, solo en recuerdos.

Es que nadie me había mirado de tal forma.

Los estudiantes llegan a regañadientes, es lunes y se siente el aire del lunes. Yo estoy emocionalmente bien. Enfocarme tanto en Rebecca me puede hacer daño y decido dejar a un lado aquella nueva versión. Decido sonreír por el resto del día y decido que nadie me lo va arrebatar. La tengo de vuelta por los pasillos aunque la mayoría desearía lo contrario. Ya todo será como antes... ¿Esto significa que seguirá ignorándome? No tengo idea, pero como dije, al menos ella está de vuelta.

Al día siguiente, me ganó una ansiedad horrenda. Porque ella estaría nuevamente allí impartiendo clase y yo estaría sin duda justo más cerca escuchándola, conociéndola un poco más. Viviría de la química entonces, pero volvería a mi por siempre rol. Y aunque esté acostumbrada, una leve punzada en el pecho me visita de vez en cuando al recordarlo.

Cuando llegó, no pidió permiso para entrar a pesar de los dos minutos de retraso, de la ansiedad que se sentía en el aula por los nervios de mis compañeros, quienes ya se habían enterado que había vuelto a las clases, parecía que la única superficial en recibirla con los brazos abiertos era yo.

Rebecca se hizo presente caminado rápido hacia el escritorio y mirando, por fin, hacia el centro de la clase, donde casualmente me encontraba sentada.

Fruncí, sin despegar de su pupila oscura la mía porque esto es nuevo.

Trago fuerte, otra vez un tambolireo en mis piernas y aún ella nos mantiene de pie sin pronunciar alguna palabra; suspira y los chicos parecieran hacen lo posible para no llamar su atención. Tortuoso. Excitante. En otra situación, me hubiese reventado a risas por los impacibles nervios, pero ahora también siento en mis huesos la tempestad que Rebecca provoca y en efecto, como buena masoquista que soy, me encanta. Me enamoro un poco más de la ilusión.

Alguien Tenía Que Aprender.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora