Día 2: Martes

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Me despierto sintiéndome mucho mejor que ayer, pude dormir toda la noche sin ningún problema y se lo debo a la dosis extra de medicamento que me dio mi madre, creo que también ayudó el hecho de que me sentí muy bien después de hablar con Vanessa, aunque fueron cosas sin importancia, jamás habíamos compartido una conversación tan larga y llena de risas.

Me levanto de la cama con una pesadez y cansancio en el cuerpo, aunque mentalmente me sienta bien, físicamente sigo agotada, debería quedarme en casa a descansar, pero prefiero ir al instituto que quedarme encerrada en mi habitación y tener que aguantar otro reproche de mi madre. Me dirijo al baño, me meto a la ducha con rapidez y me visto con la misma velocidad, preocupándome más por mi comodidad que por mi look.

Quiero hablar con Susana, no para disculparme porque yo no hice nada, la misma Vanessa me dijo que se enojaría si me disculpaba por algo que yo no ocasioné, y me sentí apoyada por primera vez, aun así, ambas estábamos de acuerdo en descubrir el porqué de esa actitud, y yo tenía mucha más curiosidad, pues leí su interior y era un caos.

Termino de acomodarme la peluca y los lentes de contacto, todo parece normal en mi rostro, menos por las ojeras las cuales tapo con corrector. El maquillaje siempre es una salvación en momentos de angustia.

Salgo de mi habitación y bajo las escaleras dirigiéndome al comedor, veo que mi madre y Leonard ya están desayunando y respiro hondo antes de sentarme en mi asiento habitual.

—Espero que anoche le hayas prestado atención a mis palabras —ni siquiera he terminado de sentarme y ya empezó con sus comentarios, lo peor es que ni siquiera me mira, solo está pegada al celular mientras come con una mano.

Una de las sirvientas me trae un plato de frutas picadas con un vaso de avena. La verdad es que necesito algo de grasita y calorías, pero no me quejaré al respecto, en esta casa se come solo lo que mi madre apruebe.

—No usé mis poderes —fijo mi mirada en mi plato e intento que mi voz no me falle—, tampoco hice nada malo o reprochable —complemento con un suspiro.

No soy orgullosa, nunca he guardado rencores, soy muy obediente, callada y reservada, pero porque tengo que serlo. Intento guardarme todo para mí y controlar mis propias emociones, ya que no puedo darme el lujo de expresarlas; no soy una persona normal, jamás lo seré, y cualquier descontrol de mi parte puede causar consecuencias inimaginables.

Mi madre deja el celular a un lado y su mirada fría choca con la mía, inmediatamente vuelvo a mirar hacía mi plato.

— ¿Qué es lo que te has puesto? —pregunta indignada cuando se fija en mi ropa.

Me dispongo a comer, aunque no tenga apetito, es mejor ignorarla. No estoy mal vestida, solo cómoda, un Jean, una camisa blanca, unos converse blancos y mi cabello falto recogido en una coleta; es lo que cualquier joven usaría, pero ese es el problema, yo no soy cualquier joven, soy la hija de Clarissa Clare.

— ¡Estas loca! —mi madre alza la voz perdiendo la paciencia—, te peleas, usas tus poderes y ahora te vistes de manera desagradable. ¡Quieres hundirnos en la miseria!

—Por favor mamá —suplico y trincho un trozo de fruta, me lo meto inmediatamente a la boca, siento que mi mandíbula se aprieta mientras intento masticar.

—Cámbiate —ordena.

—Porque me vista con comodidad una vez no caeremos en miseria ni en la vergüenza pública —mi voz es casi un susurro, la miro con tristeza mesclada con cansancio y solo espero que me entienda por una vez.

— ¡Bájale a tu arrogancia! ¡Mientras vivas aquí respetaras mis reglas! —grita sus frases favoritas.

Alzo mi mirada y la miro directamente a los ojos, mi paciencia ha llegado al límite y no puedo resistir más sus comentarios. Siento como me pican los ojos y estoy segura que si no tuviera los lentes de contacto mi madre evidenciaría su cambio de color.

Tentando al Ángel | 1.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora