Día 4: Jueves

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Jueves

Paz, tranquilidad, y puedo decir que, hasta felicidad, todo eso es lo que siento mientras tengo mis ojos cerrados; ningún recuerdo malo ronda por mi mente, solo repito una y otra vez mis momentos con Stefan, todos en los que me dejó muda, sorprendiéndome con su atrevimiento, todas las risas y sonrisas, lo real y lo falso, sus miradas picaronas, sus comentarios arrogantes y también los tiernos. Todo se suma para darme una sensación de felicidad al estar a su lado.

Abro mis ojos lentamente, en mi oscuridad llena de paz me sentía muy cómoda, pero no puedo aguantar a crear más momentos junto a él. La luz me ciega por unos segundos mientras me incorporo.

Estoy un poco desubicada, recuerdo todo, solo que pensaba que era un sueño. Me estiro y ajusto mi visión, giro mi cabeza para ver al chico que duerme a mi lado, solo que... no hay nadie.

¿Se fue? ¿Me dejó sola? ¿Si quiera durmió conmigo? ¿O se marchó apenas cerré mis ojos? Me desconcierta y molesta de igual manera, sé que el lago es un lugar escondido y nadie se atrevería a pasear por aquí, pero el hecho de que me haya dejado durmiendo sola en medio de la nada es frustrante, cualquier cosa podría pasarme mientras me encontraba en mi estado más indefenso.

Pensé que después de la noche que habíamos vivido podríamos iniciar de nuevo y que las cosas cambiarían entre nosotros, sé que ha sido demasiado rápido e intenso, no esperaba iniciar un noviazgo o comprometerme en una relación seria, pero si deseaba que fuera diferente... que él fuera diferente.

Me levanto con el cuerpo un poco adolorido, dormir en el suelo no es lo mío; camino hacia la reja y veo la llave dentro de la cerradura, la tomo y aseguro nuevamente. Me despido de mi lugar favorito con una sonrisa entristecida, espero volver pronto.

Decido dejar la llave donde la encontré, así que busco el árbol marcado, esta vez tardo menos en ubicarlo gracias a la claridad, decido dejarla en una rama más baja y accesible, de todas formas, nadie sabe de la existencia de esa llave.

Intento no pensar en lo que me espera, mi mente como siempre es un caos, Stefan me ha dejado tirada, mi madre debe estar hecha una furia y mi reputación debe estar en el suelo. No me torturaré mentalmente, disfruto el camino y entre más me acerco a mi casa, más nerviosa me siento. La puerta está abierta de par en par, así que no debo tocar para entrar, sin embargo, apenas doy unos pasos dentro me encuentro con mi madre sentada en las escaleras con la cabeza entre sus manos y a Leonard hablando por celular mientras camina de un lado a otro.

Mi madre siente mi presencia y alza su rostro, me fulmina con la mirada levantándose de un salto; Leonard cuelga la llamada y nos presta atención.

— ¿Se puede saber dónde estabas? —grita, está despeinada, con el maquillaje corrido, el vestido mal arreglado y arrugado, jamás la había visto de esa forma—. ¡Mira como vienes Emma! ¡Sin zapatos, con el vestido vuelto un asco, con el cabello lleno de césped! ¿Dónde carajos estabas? ¡¿Sabes lo preocupada que estaba por no poder encontrarte?! ¡Estaba pensando lo peor!

Mi madre grita y grita, y cuando quiero abrir mi boca para responder siento como una cachetada me cruza la cara, me llevo la mano a mi adolorida mejilla mientras miro a mi madre indignada, jamás me había alzado una mano.

— ¡Clarissa! —Leonard la regaña y se acerca a nosotras.

—Nada Leonard, no la defiendas más. Has mimado demasiado a esta niña, ayer me avergonzó completamente y se comportó como una zorra de barrios bajos, y tras del hecho desaparece toda la noche.

Sus palabras están llenas de odio, mis ojos empiezan a aguarse y las lágrimas no tardan en salir; me duele la mejilla, pero más me duele el corazón. Sin embargo, enderezo mi postura e intento decirme a mí misma que esto tenía que pasar algún día, es el precio de mi libertad.

Tentando al Ángel | 1.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora