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La lluvia golpeteó débilmente el alfeizar de la ventana, sin provocar mucho ruido, como si no quisiera despertarlo de sus sueños. En cambio, la alarma de su celular emitió un estruendoso ruido molesto, que le hizo soltar un gruñido mientras se removía entre las sábanas.

Se incorporó un poco, levantando la cabeza y apoyándose sobre sus codos, recorriendo la habitación con la mirada, buscando al causante de ese irritante sonido. Parpadeó un poco, para alejar los restos de los sueños que aún nublaban su vista e inclinó levemente la cabeza, pasando una mano por su cabello para acomodarlo.

Doblado y colocado en una silla, a unos metros de él, dentro del bolsillo de su pantalón, un pequeño objeto vibraba, provocando que la ropa se estremeciera con él.

Un suspiro pesado escapó de sus labios, mientras hundía el rostro en la almohada hasta que la misma falta de oxígeno le obligó a levantarse para tomar aire. Con gran cansancio, se sentó en la orilla de la cama, apoyando los pies en el suelo, para luego levantarse y arrastrarlos por éste, hasta llegar al celular.

Bostezó mientras metía las manos a su ropa y sacaba el móvil; entrecerró los ojos cuando la luz le deslumbró y luego, finalmente, desactivó la alarma. El sonido enseguida volvió a reinar la habitación y sus oídos se lo agradecieron plenamente.

Casi enseguida volvió a dejar el aparato en donde lo había encontrado, pues no tenía interés alguno en usarlo a tan temprana hora. Soltó un suspiro de resignación, sabiendo que una vez que había puesto un pie fuera de la cama, no podría volver a dormir hasta tarde. Volvió la mirada hacia las cobijas y luego hacia el reloj, que marcaba las siete en punto de la mañana. Tenía que encontrar una manera para matar el tiempo, pues no había mucho que hacer en la ciudad un treinta y uno de octubre por la mañana, pues usualmente todos despertaban hasta tarde para poder pedir dulces durante la noche.

Así que puso manos a la obra.

Tardó quince minutos en hacer la cama y otros cinco en escombrar la habitación, guardando la ropa que ya había usado en un compartimiento de su maleta, donde no se revolviera con la ropa limpia. Luego, cuando el reloj marcaba las siete treinta, se metió a la ducha, para salir veinte minutos después, envuelto en una toalla. Tardó menos de un cuarto de hora para cambiarse y arreglar su corbata, estando listo a las ocho con quince, para comenzar el día.

Llenó de aire su pulmones, mirando a través de la ventana la ciudad de Chicago, siendo víctima de las típicas pero esperadas lluvias de otoño.










Corrió hasta detenerse debajo del techo de un comercio, para cubrirse de las gotas gélidas que caían del cielo sin cesár. No tenía un paraguas para cubrirse de la lluvia, pero a pesar de ello, la ropa apenas y se le había mojado desde que puso un pie fuera del hotel.
La mañana era húmeda, como lo había notado horas antes, pero el viento aún soplaba con una tenue calidez que le recordaba al día anterior.

Frunció inconscientemente el ceño, metiendo las manos a los bolsillos de su pantalón para caminar entre el montón de gente que buscaba refugio bajo los escasos techos que había en las calles del centro.

Alzó la mirada unos segundos al cielo, para pensar en lo rápido que las cosas cambiaban. Hace menos de veinticuatro horas, había presenciado una de las puestas de sol más hermosas, y ahora, se encontraba debajo un manto grisáceo, que provocaba la sensación de estar debajo de un enorme techo que lloraba gotas de agua.

El delicioso aroma de un puesto de comida le despertó un hambre voraz, por lo que se detuvo unos momentos, para comprar algo para el desayuno.

Apenas había terminado de hablar con el vendedor, cuando una voz a sus espaldas le obligó a girarse.

Everything I didn't sayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora