VIII.

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CAPÍTULO VIII.

Al día siguiente, Rachel se volvió a levantar temprano para atender al bar. Para su sorpresa, antes de abrir, se encontró a Brad delante de la puerta medio dormido, lo que provocó alguna risa de la chica. Bradley se asustó pero sonrió al ver que era ella.

-          ¿Qué haces tan pronto? – le preguntó ella abriendo el local y dejándolo pasar.

-          Quería tomar algo y…

-          Oh, vamos, si tienes cara de zombie – rieron.

Rachel se puso en la barra y fue preparando las cosas mientras que Brad se dirigió hacia la mesa de billar. Destapó el mantel que lo cubría y empezó a jugar, no sin antes poner las bolas correspondientes. Cuando la muchacha terminó de prepararlo todo, se quedó mirando el rizado. De vez en cuando reía por las caras de Bradley. Terminó la partida y se acercó con una sonrisa victoriosa dibujada en el rostro.

-          ¿Qué quieres tomar?

-          Lo de ayer, por favor.

Le sirvió el pedido y se sentó a su lado para hablar, pues no había ningún otro cliente.

-          Dime, Rachel, ¿viajas mucho? – le preguntó mientras removía su vaso.

-          No, no tengo suficiente dinero como para viajar… Además, si tuviera no estaría trabajando como ‘barwoman’.

Bradley soltó una carcajada.

-          Cierto.

-          ¿Y tú?

-          Yo… sí, viajo bastante – sonrió mirando su bebida. – He visto muchas culturas y eso.

Siguieron hablando por un largo tiempo hasta que alguien entró. Rachel se apresuró en ponerse detrás de la barra cuando el cliente se sentó.

-          Anda, si eres tú, Víctor – exclamó el ricitos.

-          Hola – saludó. – Buenos días, Rachel.

Ella hizo un gesto para saludar.

-          ¿Ya os conocéis? – preguntó sorprendido Brad.

-          Sip – exclamaron los dos y rieron.

Por otra parte del barco, Laia estaba delante de su espejo mirando su dormida cara. Tenía mucho sueño pero se prometió empezar a levantarse temprano para disfrutar de su viaje. Cogió su maquillaje e intentó disimular las ojeras, aunque el resultado no era muy bueno.

Rendida, salió hacia el pasillo cuando vio a Tris entrar en su camarote. Corrió hasta él y se metió en un abrir y cerrar de ojos. Su propósito era caerle bien y no pararía hasta conseguirlo. Se puso delante del rubio de brazos cruzados y le miró a los ojos. Tris tenía el cejo fruncido, estaba muy cabreado; detestaba que alguien entrara en su habitación sin permiso.

-          Ya puedes estar yéndote.

Laia avanzó amenazante hacia él.

-          ¿O si no, qué harás? ¿Gritarás? ¿Me pegarás? – le chinchaba sin humor.

Tristan rió burlón y desvió su mirada.

-          No te lo repetiré otra vez, chiquilla…

-          No me pienso mover hasta que me digas qué te he hecho.

El muchacho arqueó las cejas mientras la miraba con atención.

-          ¡Fuera! – le gritó abriendo la puerta.

La castaña se negó rotundamente y, en un instante, estaba subida en el hombro de Tris, quién la echaba de la habitación. Laia empezó a gritar como una loca y a patalear, pero duró poco, pues cuando Tris se separó lo suficiente del camarote, la dejó con cura. Un gesto que a Laia le sorprendió, porque si la odiaba como tanto decía, la hubiese tirado con desprecio.

-          Déjame en paz de una puta vez – dijo Tristan dándole la espalda.

La chica se rindió y decidió irse de allí con una cosa clara: sería amiga de ese rubio repelente de una vez por todas, aunque le costara millones. 

If only you were mine... |The Vamps|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora