Caía la tarde del jueves, a través de la ventana de la habitación ingresaba una suave luz naranja que iluminaba las hojas del cuaderno sobre las que con fervor Dazai escribía. Con Vania en su regazo, los nudillos le dolían, pero no podía detenerse.
Había estado escribiendo más desde el día que le diagnosticaron, y ahora intentaba plasmar como podía las emociones que taladraban su pecho, no daba más lugar a intentos de suicido, se escabullía en los libros y en la escritura. Y aunque la idea de la muerte aún danzaba seductora en su mente, sabiendo ya que lo estaría esperando, sus prioridades habían cambiado.
Había dejado pasar un par días en completa soledad y encierro intentando hacer frente a sus emociones. Aún sabía que estaba faltando algo, y de a poco mientras escribía lo estaba descubriendo. Los días estaban contados, y eso no le asustaba, pero si le carcomían algunos pensamientos de que estaba dejando pasar el tiempo como si este no importara. Y es que nunca importó, cada día esperaba impaciente a que terminara, los días largos eran infernales dejándose absorber por el tedio. Ahora no, después de días buceando en su mente, ahora sabía que los días tenían que ser aprovechados.
Engullido en su escritura comenzaba a encontrar algunas respuestas, algunas necesidades que antes quizá no podía haber visto con claridad, ahora comenzaban a escalecerse, logrando entenderse. Cuando antes sus pensamientos lo hundían cada vez más en la penumbra del mar, ahora parecía poder respirar un poco mejor el aire de la superficie.
Su corazón palpitó con fuerza buscando entender por qué, qué había cambiado. Pensó en Chuuya, claro ¿cómo no pensar en él? rebuscando en su mente, logró recordar que fue la primer persona en quien confió, por mucho tiempo fue la única. Otros rostros, palabras, comenzaban a hacer eco en su mente, lo que sentía, aunque fuerte y quemaba, le comenzaba agradar, comenzaba a bajar la guardia, hace días ya comenzaba a disfrutar aunque estuviese en soledad.
—¿Hasta qué hora te quedarás escribiendo hoy?
A su lado, sentado sobre su cama leyendo un libro estaba su amigo Odasaku, su amigo, o su alucinación. Para dejar de pelearse consigo mismo decidió dejarlo pasar, hablar consigo mismo no era buena idea, así que dejó que tomara el papel de su amigo.
—¿Si ya lo sabes por qué preguntas?— le cuestionó Dazai aún con la pluma sobre el papel, escribiendo rigurosamente sin apartar la vista.
—He notado que tu pulso ha aumentado y pensé en distraerte.— Dazai no contestó, se sumergía en el silencio que buscaba y darse charla no estaba en sus planes —Puedo saber lo que escribes. Has cambiado.
Has cambiado, eso le llamó la atención —¿Lo he hecho? — preguntó deteniendo la pluma, sin mirarlo.
—Claro.
—Ja, ¿cómo estás tan seguro?
—Lo sé mejor que nadie, porque soy tu amigo.
Dazai dejó la pluma caer de sus manos sobre el escritorio y se volteó a mirarlo, pero ya no estaba. ¿Tan cruel era consigo mismo que tenía que torturarse de esa forma? Quién precisaba enemigos si él mismo se recordaba cada hecho miserable de su vida. Sostuvo con ambas manos su cabeza y apretando los ojos suspiró intentando aliviar su dolor en el pecho. En segundos levantó la vista hacia la ventana parpadeando pesadamente en su agonía y observó con detalle el espectáculo brindado por el cielo; colores pasteles entremezclándose creando una gran pintura al óleo, percatándose del disfrute que eso le generaba notó a los minutos que se había calmado.
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Inconsciente del tiempo transcurrido, el frío de la noche invadió su cuerpo. Bostezó cansado mirando la hora. Era temprano comparado a otras noches, pero estiró ambos brazos y se puso de pie, dejando caer también a su gato.
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Consultorio • Soukoku •
FanfictionDazai asiste a un psicólogo conductista por orden del Jefe de la Agencia Armada de Detectives con el fin de mejorar sus habilidades sociales, dentro de estas la única ventana que ve el psicólogo para llegar a su objetivo es a través del ex compañero...