Diecinueve

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Nuevamente siento que me arrastra la corriente, no soy capaz de digerir lo que veo, no soy capaz de aceptar que el rápido latido del corazón perteneciente al pecho donde mi cabeza está descansando sea el de Sasori, y mucho menos, que aquellas hermosas alas me pertenezcan a mi, cierro los ojos una vez más, inmóvil. Sé que si los veo sólo haré que se sienta más real, y es exactamente lo que menos necesito ahora.

Mi cuerpo se niega a reaccionar, a separarme de aquel cómodo abrazo...es tan reconfortante, cálido, casi se siente como algo habitual. Y no lo comprendo, ¿cómo puedo sentirme tan bien en los brazos de alguien que me aterra la mayor de las veces? De pronto, noto como se separa un poco de mi, y salto como un gato al notar sus suaves manos limpiando un rastro de lágrimas que ni siquiera había notado, corría por mis mejillas.

—¿L... lo recuerdas ahora? —La alegría en su voz es tanta, que casi me duele abrir los ojos y observar su mueca de desilusión ante mi mirada interrogante.

—¿Qué debería recordar? 

Mi boca se siente pastosa, mi voz algo ronca, aún así me resulta extraño el no titubear al hablar, mis piernas tiemblan cuando intento hacer el esfuerzo de separarme de él, su olor a canela me parece tan satisfactorio que no puedo hacer más que deleitarme con el mismo si lo tengo tan cerca, me marea, me confunde, me hace sentir, en todo el sentido de la palabra, mal. Aún así, su agarre —que apenas noto— en mi cintura me lo impide. Me esta observando fijamente, pero su mirada está perdida, como si realmente no lo hiciera, quiero alejarme de él, nuevamente, no me lo permite. Y parece reparar en la situación en la que nos encontramos.

Sin embargo, algo, o mejor dicho, alguien nos interrumpe. Un hombre vestido con una bata de inmaculado blanco entra, y reparo en dónde me encuentro. Parece una sala de hospital, sólo que no hay aparatos electrónicos que midan el pulso o máquinas extrañas, sólo camas. Me parece, extraño, pero no digo nada.

El hombre se aclara la garganta, y Sasori me suelta, dando un paso atrás.

—Me alegra ver que ha despertado, señorita —dice con calma, esbozando una afable sonrisa que hace que unas pequeñas y casi imperceptibles arrugas se formen en el borde de sus ojos—. Me gustaría dejarla por hoy aquí, en observación. Corremos el riesgo de que tenga una recaída, ya mañana si no encontramos ninguna anomalía, podrá irse.

Intento asentir, pero el arcángel toma palabra antes de que yo pueda hacerlo.

—¿Recaída? ¿Podría volver a dormir?

—Eso es algo que no puedo saber con exactitud, al menos no ahora.

—Bien —escupe gélidamente, antes de comenzar a caminar en dirección a la puerta por donde ingresó el doctor, y salir del lugar.

Mi cerebro parece tener un lapso de repentina lentitud al entender las cosas, porque sigo siendo incapaz de reaccionar. ¿Es esa la forma de autodefensa que utiliza mi subconciente para no afrontar mis problemas? Sospecho que si, pero ¿Qué haría otro en mi lugar? Al sentirse perdida, al sentir que estás en un lugar desconocido sin nadie que pueda apoyarte, sin ningún tipo de afecto y con personas aterradoras. Nuevamente me pregunto si esta realidad es una especie de sueño del que debo despertar, pero mi lado lógico entiende que es imposible, en los sueños las personas no despiertan, en los sueños no sientes dolor o cansancio.

Nuevamente veo interrumpido el flujo de mis pensamientos por la intromisión de una persona, el doctor chasquea sus dedos frente a mis rostro. Es un hombre de apariencia anciana, cabellera azabache y ojos de un color ambar tan penetrante que da miedo, porque encontrar personas con ojos extraños en este lugar no es novedad, pero aún así, eso no significa que todavía me acostumbre.

Tú eres mi Ángel [Sasosaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora