Treinta

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SAKURA

Una semana después de lo sucedido todavía quedan secuelas, tanto en Sasori, como en sus fuerzas.

Es abrumadora la cantidad de pérdidas que hemos sufrido, pese a mis esfuerzos ese día en el campo de batalla, donde después de tanto, dejé de sentirme inútil. Debido a que Sasori no fue la única persona que obtuvo cambios como resultado de nuestra unión.

«A pesar de que intenté observar la batalla, no pude, el malestar que se había instalado en mi estómago ante la perspectiva de que Sasori resultara herido era demasiado para mí.

Así que no tuve otra opción que ver como Deidara se deshacía todo aquel que se acercara lo suficiente, muchos caían derrotados en el suelo, gimiendo de dolor. Quería cerrar mis ojos, no ver nada más, quería ser sorda para no tener que escuchar los lamentos a mi alrededor.

Lamentablemente eso no era posible. Así que tuve que ser fuerte y hacer de tripas corazón.

Por un momento, Deidara fue rodeado, eran al menos cinco de ellos, y en su distracción, uno de los soldados logró acercarse a mi. No obstante, estaba tan herido que a medida que reducía la distancia entre ambos, iba perdiendo las fuerzas, inevitablemente se desplomó frente a mí por su estado.

No me confié, podría estar lesionado pero seguía siendo un ángel, su poder era mucho mayor al mío. Aún así, los ruidos que salían de su boca a causa de la agonía sufrida eran tan lamentables que sentí mi corazón partirse. El dolor en su voz resultaba desagradable, casi podía sentirlo en mi piel.

Entonces tomé una decisión estúpida y fui hacia él, sabiendo que Deidara aún estaba con las manos ocupadas.

Cuando sintió mi sombra, abrió los ojos, su mirada impactó la mía, no había nada más que puro dolor, me estremecí ante lo que percibí. Y deseé, así sea poco, poder ayudarlo a que dejara de sufrir.

Algo me hizo confiar para hincarme a su lado, y cuando mis manos tocaron su abdomen herido, pude notar —no sin sorprenderme— como el poder salía de mi.

Era algo tan natural como respirar, sentía como el dolor era drenado del cuerpo ajeno, y antes de que durmiese, su mirada se llenó de agradecimiento»

Después de eso, intenté aliviar el dolor de todo aquel que pude, para consternación de Deidara que tenía la obligación de cuidarme. Más tarde, cuando se trataba a los sobrevivientes, pude comprender que no sólo había drenado el dolor de sus cuerpos, sino también curado algunas de sus heridas.

Cuando todo acabó, no había tiempo para lamentarse. Teníamos ante nosotros un campo de batalla lleno de cadáveres y heridos, un arcángel que había muerto dejando desamparadas a sus fuerzas y un castillo casi destruido.

No fue hasta dos noches después, luego de dar una sepultura digna a los caídos, que pudimos tomar un descanso del ritmo frenético que habíamos adoptado entre cavar tumbas, recolectar compañeros caídos, atender a los heridos y hacer las reparaciones correspondientes a la estructura, para despedir a todos los que no sobrevivieron.

Fue una noche emotiva, llena de un silencio que decía más de mil palabras. Porque, aunque nadie habló demás, un mismo pensamiento se instaló en nuestras mentes, todos sentimos el miedo de conocer qué hay más allá, ¿no?

Tuvimos una segunda oportunidad. No somos tan suertudos como para esperar la tercera.

Sasori mantuvo la mirada fija en la gran fogata encendida en honor a los hermanos caídos, con los hombros tensos. Y a la hora de dar sus palabras de despedida, su voz sonó baja, silbante, porque contenía una inmensidad de sentimientos que yo ni siquiera podía imaginar.

Tú eres mi Ángel [Sasosaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora