Cuatro

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-¡María Jesús! ¡Cuánto tiempo!

Me detengo de golpe sin saber si girarme o no. Finalmente, asumo mi destino, trago saliva y me giro. Ahí están los tres, levantándose de una mesa cualquiera. Alfred tiene restos de café en sus comisuras. Su imagen siempre es dulce y tierna. Al verme, me sonríe. Sus ojos le brillan. Una ola de calor sube por mi cuerpo y se refleja en mis mejillas. Todos se están saludando efusivamente. Yo, tan solo puedo mirarle embelesada, mientras mi cabeza intenta concentrarse en no hacer ninguna estupidez. 

Llega mi turno de saludar. Los tres se acercan a mí. Primero saludo a Alfredo, luego a María Jesús y, por último, me encuentro de frente con Alfred. Mi interior sigue ardiendo sin remedio. 

-Hola Amaieta.- Su voz suena como la de un niño, nerviosa y dulce.- ¿No me vas a saludar?- Asiento con la cabeza. Nos damos dos besos ante la atenta mirada de la cafetería entera. No me acordaba ni de dónde estábamos. Él me abraza ignorando a al gente y me susurra al oído.- Te he echado de menos. Estás preciosa

Un escalofrío recorre mi cuerpo, mientras le contesto muy bajito un ''yo también''. Nos separamos y veo, incómoda, como la gente se ha percatado de nuestra presencia y empieza a sacar los teléfonos móviles. 

-Somos el acontecimiento del año...- Digo empezando a ponerme nerviosa.- Vamos a otro lugar por favor.- Mis padres me miran preocupados y me siguen. Alfred y sus padres pagan su consumición y luego van detrás de nosotros. La gente sigue asomándose por las ventanas y por la puerta. Muchos de ellos exclaman con sorpresa cosas como ''Alfred y Amaia'', ''los de Eurovisión'', ''los novios de España'', ''¿éstos no habían cortado?'', ''creo que lo he visto con otra'', ''¿siguen juntos?''. 

Las palabras se agolpan en mi cabeza y mi respiración se acelera. Por primera vez, la sensación de ansiedad se hace más fuerte. Entramos al portal del piso donde vive Alfred. Me siento en un escalón. 

-Amaia, ¿estás bien?

-Cariño, ¿qué te pasa?

-Amaia, ¿qué necesitas?

Necesito desaparecer, huir, que nadie me conozca.

-Cariño, ¿qué te ocurre?- Mi padre se sienta conmigo y me acaricia la mejilla.- Todo va a estar bien.- Me abraza fuerte y la tensión se deshace entre sus brazos. En escasos minutos recupero la tranquilidad. 

Abro los ojos. Todos me están mirando.

-Dios... Lo siento. Lo siento mucho.- Digo, por primera vez, consciente de la situación a la que los he sometido.- No sé qué me pasa, solo estoy un poco nerviosa. Jo, de verdad que lo siento mucho... Estaréis enfadados conmigo.- Siento ganas de llorar, pero me contengo. La escena ya ha sido suficiente. 

-Cariño, ¿cómo vamos a estar enfadados contigo? Solo queremos que estés bien- dice la madre de Alfred. Él asiente, preocupado. Mi padre se separa un poco y mi madre me abraza. 

-¿Estás bien?- me dice preocupada. 

-Sí mamá. Lo siento. 

-Deja de decir que lo sientes, no es culpa tuya- contesta ella. 

Todos empiezan a hablar más animados y el ambiente cambia. Me levanto con ellos y participo con monosílabos en la conversación. Están haciendo planes para verse algún día. Noto que alguien me acaricia el hombro. Ese cosquilleo solo lo puede producir Alfred. Miro de reojo y me encuentro con él. Se acerca un poco más a mí.

-No te había visto este vestido -dice sonriendo. Lo miro. Lo compré este fin de semana para venir aquí. Al verlo supe que le iba a gustar. Era corto, pero no demasiado; escotado, pero no demasiado; elegante, pero no demasiado. En fin, era el equilibrio hecho vestido y se ajustaba a mis curvas. 

¿Qué es mi vida sin ti?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora