Doce

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-Entonces, Amaia, ¿qué vas a hacer?- varios se acercan a mí, Roi es el que habla- ¿Te vas o te quedas?

Pensativa, los miro uno por uno y me paro en Alfred.

-Me quedo- sentencio. 

Todos se alegran, incluso algunos aplauden. 

-Espero que no hagas lo mismo que hizo Neymar, que el pobre Piqué se lo creyó- dice Ricky. Todos nos reímos. 

-Pero, me gustaría cambiar de habitación- digo, de repente. Todos me miran, mientras ponen cara de pena por cómo puede sentirse Alfred tras mi declaración. 

-Yo también quiero cambiarme- dice Alfred seguro- tampoco estoy cómodo. 

No recuerdo haber dicho que no estoy cómoda... Todos miramos a Alfred extrañados, yo un poco dolida, pero él no cambia de expresión. 

-Bueno chicos, alguien tiene que quedarse en la habitación, vamos a aprovecharla- dice Miriam. 

-De acuerdo. Alfred quédate tú. Yo ya he recogido mis cosas- digo, finalmente. 

-Dios... Esto parece un divorcio, ¿quién se queda el perro?- dice Roi. Cepeda le da un codazo. 

-Lo que quiere decir Roi es que si necesitáis nuestra ayuda, estamos aquí para ustedes chicos- dice Ana. 

-Ai, de verdad, es que no me gusta veros así- dice Aitana al borde de las lágrimas. 

-Ahora no te me pongas tú también a llorar- dice Ricky acercándose a nosotros. 

-Bueno, dejemos el drama, ya está, ahora vamos a disfrutar de las vacaciones y de vosotros, nuestros amigos- dice Alfred. Todos volvemos a mirarlo sorprendidos. Sin embargo, todos parecen estar de acuerdo. 

-Palabras sabias, pequeño- dice Roi. Le abraza del hombro y se retiran hablando de cualquier tontería para distraerse. 

-Vamos Amaia, que te acompañamos las tres- dice Miriam, acompañada de Aitana y de Ana. 

Durante el trayecto todas intentan animarme. Sonrío con alguna ocurrencia pero no puedo salir de mis pensamientos. No puedo quitarme de la cabeza las palabras de Alfred de anoche, ese ''quería''. Cada vez que lo recuerdo diciendo que quería me dan nauseas. Me quiere y sin embargo quería compartir recuerdos y cama con otra. 

-Amaia, ¡no me estás escuchando!- dice Aitana.

-Bua, perdón lo siento. Estaba pensando en depilarme- miento, pero sonrío. Todas me creen y se ríen con mi ocurrencia. Al fin y al cabo, ser Amaia es fácil. 

Tras coger mis cosas, decido llevarlas a la habitación de Aitana, también abajo, que tiene más de una cama libre. Las dejo en un rincón, pero no deshago la maleta. No hay mucho sitio y tampoco me apetece ordenar. 

Cuando he terminado la mudanza nos vamos al comedor con todos los demás. 

El día pasa sin ninguna variación. Las comidas y cenas las hacemos como es costumbre. Yo no como demasiado, tengo el estómago cerrado, pero finjo hacerlo cuando me miran o preguntan para no alamar a nadie y no crear ningún problema. Suficientes dramas he protagonizado ya. No quiero que este encuentro se recuerde por las veces que Alfred y yo hemos tenido problemas. 

Sin darnos cuenta, llega la noche. La mayoría deciden irse a dormir. Están muy cansados por todo lo que hemos hecho durante el día. Algunos han hecho alguna ruta de senderismo y eso los ha agotado aún más. Decidimos irnos a la cama y estar descansados para el día siguiente. 

Ya en la habitación, todos hablamos de lo que nos gustaría hacer los siguientes días. También de confidencias, que en la oscuridad parecen menos reales y más escondidas, como si ninguno de nosotros fuera a admitir a la luz del día lo que esa noche estaba escuchando. Yo me limito a eso, a escuchar, porque no tengo ni ganas ni intención de participar en una conversación que me pueda pasar factura. 

¿Qué es mi vida sin ti?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora