Veintidós

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-No sé Amaia... Pero tú nunca has sido de ir despacio y menos con Alfred. ¿Sigues sintiendo lo mismo?

-Pues Aiti...- salgo de la ducha y me enrollo en una toalla, meditando en qué le voy a decir y cómo.

-¿Qué?

-No lo sé...

Aitana cierra la puerta del baño de golpe, claramente indignada.

-AMAIA, ME ESTÁS TOMANDO EL PELO, ¿NO? ¿QUÉ QUIERES DECIR CON "NO LO SÉ"?

-Ai... Es que no sé. No sé qué me pasa- le digo.

-Después de los últimos días y de todo lo que habéis montado, incluido casi hacerlo en la piscina, y vas y me dices que tienes dudas... Pero, ¿a ti qué te pasa?

Mil sentimientos afloran y las lágrimas empiezan a caer. No sé por qué dudo, pero esperaba que alguien me comprendiera. Aitana se acerca a mí y me abraza.

-Amaia, perdona, lo siento mucho, no llores por fa- me dice abrazándome más fuerte.

-No Aiti, es que tienes razón, parezco una cría estúpida- intento dejar de llorar, pero soy una experta autocompadeciéndome y no sé cómo dejar de hacerlo.

-No, boba, escucha, por fa, deja de llorar, que sinó voy a empezar a llorar yo y ya tenemos el lío montado- me río, en parte por su intento de animarme y, en parte, porque sé que es verdad. Consigo detener las lágrimas y ella sonríe también.- Tonti, escucha. Que es normal tener dudas. A mí me pasa continuamente. Y más, cuando llevar una relación con nuestra vida es tan complicado... Pero no te tienes que desanimar. Solo necesitas tiempo para pensar. Y aunque Alfred ahora de haya enfadado, sé que es una persona madura, y recapacitará y te dará el tiempo que necesites. No te sientas mal nunca por decir, desde el respeto, lo que sientes.

-Jo. Muchas gracias, de verdad- la abrazo con mucha fuerza. Es mi incondicional.

-Siempre voy a estar aquí para ti- añade. Emocionada asiento y me salgo de allí, con mi ropa, para dejarla que haga lo que viniese a hacer.

Llego a la habitación y, al entrar, veo que Alfred no está. La habitación está recogida, perfecta, pero falta él.

Triste, me cambio de ropa, e intento mantener el orden y limpieza, escondiendo la sucia y no desordenando la limpia. Me cuesta un esfuerzo adicional, pero vale la pena.

Me echo a la cama. Mi pelo mojado, bailando en ondas rebeldes, recorre casi toda mi almohada.

Tengo sueño, pero no voy a dormir. Quiero pensar en Alfred y en todo lo ocurrido.

Dejo mi imaginación volar.

Es mayo. Todo el revuelo de Eurovisión ha terminado. Tras tantos meses, me siento libre, relativamente en paz. Alfred me invita a pasar unos días en Barcelona, con él, en su casa. Mis padres dan el visto bueno emocionados por mi ilusión, y, atribuyendo a que me lo merezco, me facilitan el transporte y lo necesario para esos días. Llego a casa de Alfred y toda ella huele a hogar, a flores, a campo, a vida. El ambiente sabe a música y cariño. Me reciben como a una hija más y, Alfred, como a su mundo. Todo lo suyo es mío, incluido el amor que se tienen. Yo no puedo ser más feliz. Tras un nuevo tour por sus habitaciones y escondrijos, acampo en su habitación, su santuario, su ciudad. Aunque dice que ciudad y hogar soy yo, esas cuatro paredes encajan en la definición a la perfección. Admiro el orden y paciencia que conforman cada rincón. Rodeada de arte, me introduzco en su cultura. Admiro el catalán e intento añadirlo a mi vocabulario. Lengua dulce, serena, de canción. Todo es bonito si me lo presenta Alfred. Amo cada momento de mi estancia, pero, sobretodo anhelo volver a cada una de esas noches. Desde las noches tímidas de los primeros días, a las noches apasionadas de los últimos, cuando sentíamos la urgencia de un adiós y la llamada de la distancia a 48 horas. Recuerdo haber amado cada milímetro de su cuerpo durante horas, haberme recorrido cada uno de sus miedos hasta haberlos hecho crecer y convertirse en firmezas y haber hecho ruido, en cualquier sentido, sin miedo a que nos pudieran oír, sin miedo a que nos quitaran lo nuestro. Recuerdo la mirada de Alfred cuando nos quedábamos solos y admiraba mi piel. Podía quedarse horas embelesado en mis curvas y no recordar el reloj, el hambre ni las penas. Extraño sentir que juntos, en vez de sumar dos, llegamos a ser uno. Le extraño. Le extraño porque le quise. Le extraño porque le quiero. Y si le quiero no sé qué hago perdiendo el tiempo en esta habitación, cuándo puedo ir a buscarlo e intentar solucionar nuestras diferencias con las ganas de que aquella magia se vuelva a repetir.

Me levanto y salgo en busca de Alfred. Empiezo a preguntar a todos los que veo despiertos si lo han visto. Pero nadie sabe nada de él. Decido buscarlo por la casa, molestando lo mínimo posible, mirando si está sentado en cualquier rincón.

Cuando no lo encuentro, cojo el móvil y empiezo a llamarlo. Oigo su tono de llamada. Se ha dejado en teléfono en la mesita de la habitación.

Asustada por no encontrarlo, salgo de la casa y la rodeo.

Apunto de darme por vencida y entrar a reclamar más ayuda, me veo una silueta detrás de un árbol. Me acerco y lo veo. Es él. Me ve, pero no me presta atención. Sigue mirando al frente, ido, con una expresión de decepción.

-Alfred... Te estaba buscando- le digo.

-¿Qué quieres, Amaia?- me dice seco. Sus palabras me desgarran el corazón, pero supongo que me lo merezco.

Me siento enfrente de él. Aunque no quiera mirarme, le voy a pedir que escuche y, sé, que lo va a hacer.

-Cariño- empiezo a decirle- no quería que te enfadaras.

-Déjame en paz, Amaia. La última persona que me apetece ver eres tú- suelta, sin inmutarse. Sus palabras me atraviesan.

-Mira, yo lo he intentado, pero contigo no se puede Alfred- le digo, visiblemente enfadada.

-Ah, que contigo sí...- responde mirándome con desprecio.

-No tenías motivos para enfadarte.

-Qué no me hables Amaia, que me da igual. Vete.

-Eres un imbécil. Y además, un estúpido egoísta- sentencio.

-¿QUE YO SOY EGOISTA? HAS ESTADO ACOSTÁNDOTE CONMIGO Y LUEGO ME DICES QUE QUIERES IR DESPACIO.

-NO TE VI QUEJARTE DE ELLO.

-PORQUE TE QUIERO, AMAIA. PERO YA NO SÉ SI VOY A SEGUIR HACIÉNDOLO, PORQUE HAS JUGADO CONMIGO.

De golpe, empieza a llorar.

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¡Hola a todxs!

Problemas en el paraíso... Cada vez parece más difíciles que sean capaces de resolver sus diferencias.

¿Creéis que la casa rural ha sido buena idea? Quizá solo ha servido para marear más sus sentimientos.

Y, ¿qué pensáis de Amaia? ¿Se va a aclarar, por fin? ¿Alfred la va a perdonar?

Os espero en comentarios.

Mil dieciséis gracias a todxs lxs lectores fieles y a todxs lxs que me ayudáis a seguir contruyéndola con vuestros comentarios e ideas.

¡Qué os sigan las luces!

¿Qué es mi vida sin ti?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora