Nueve

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Abre la puerta de la habitación, ante mi atenta mirada y me invita a pasar con su mano en mi cintura. Acto seguido cierra a cal y canto la habitación. Una parte de mí se ve tentada a bromear con tonterías similares a "que no me voy a escapar" o "¿seguro que vamos a hablar?", pero me acabo negando a ello. No puedo dejar que la situación se me vaya de las manos.

-Sobre anoche...- empieza diciendo.

-Cualquier lugar se convierte en el más bonito del mundo si estás tú, Amaia- dice, sin más.

Su mano empieza a acariciarme el brazo desnudo y su mirada se posa en mis labios.

-Anoche...- respondo.

Mis ojos observan sus labios, también, mientras mis manos le devuelven las caricias. Su piel arde. La mía también. Cada caricia sabe a electricidad que pasa del uno al otro; una profunda conexión que pide más, siempre más.

-Lo siento...- dice- no debí empezar aquello.

-Yo también lo siento.

Cuando tiempo hacía que no me sentía así y cuántas veces lo había deseado.
A pesar de la dulce brisa, él empieza a sudar. Levanto un poco su camiseta y entiende que tiene vía libre para hacerla desaparecer. Se la quita y la lanza lejos. Una sonrisa, que él rápidamente corresponde, nace de mí.

-Fue mi culpa...- susurra.

-También la mía.

Sus labios se sumergen en mi cuello. Quiere que pierda el control. Él ya lo ha perdido. Mi nariz se hunde en el hueco de su cuello y le dejo un rastro de besos por su hombro.

-Menos mal que supiste parar- su voz muestra arrepentimiento, pena.

La poca cordura que este encuentro me ha dejado me hace recapacitar. No podemos dar rienda suelta a esto, ahora, así. ¿Cómo nos miraremos por la mañana? Yo no sé lo que quiero, pero sí sé que esto no es lo que él quiere y que mañana se va a arrepentir.

-Tenemos que parar- digo, rompiendo una parte de mí. Algo en su mirada, al dirigirse a mí y percatarse de lo que le he pedido, se rompe también.

-Tienes razón- acepta.

-Alfred... Lo último que quería era que te enfadaras... Pero no quería que te arrepintieras al día siguiente. Si paré no fue por mí- contesto. Él me mira sorprendido.

Se gira hacia el otro lado, dándome la espalda. Una punzada de dolor me atraviesa el pecho. ¿Por qué es todo tan complicado? Lo último que quiero es que se enfade conmigo.
Me acerco a él, con mal sabor de boca, queriendo arreglarlo. Topo mi cuerpo con su espalda y le abrazo. Acaricio su torso en busca de comprensión o perdón. No reacciona a ello.

-Me dolía saber que tenías razón, pero no estaba enfadado.

-Alfred...
No contesta.
Empiezo a desesperarme.
-Te quiero.
Esa declaración me nace del corazón. No espero respuesta, tan solo que me comprenda. Pero obtengo más a cambio de lo que merecía. Se acerca, aún de espaldas, más a mí y su mano coge la mía. La aprieta con fuerza, mostrando todo lo que no es capaz de decir y luego la sostiene y acaricia con dulzura.
Los ojos se me cierran. El sueño me invade. Y poco a poco, todo empieza a volverse borroso mientras, ya muy lejos de mí, escucho lleno de ecos un bonito "yo también".

-Olvidémoslo. Tenemos que hacer las cosas con cabeza, como personas adultas- sentencia.

-Hay muchas formas de hacer las cosas como personas adultas.

¿Qué es mi vida sin ti?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora