Veintitrés

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-Eres un imbécil. Y además, un estúpido egoísta- sentencio.

-¿QUE YO SOY EGOISTA? HAS ESTADO ACOSTÁNDOTE CONMIGO Y LUEGO ME DICES QUE QUIERES IR DESPACIO.

-NO TE VI QUEJARTE DE ELLO.

-PORQUE TE QUIERO, AMAIA. PERO YA NO SÉ SI VOY A SEGUIR HACIÉNDOLO, PORQUE HAS JUGADO CONMIGO.

De golpe, empieza a llorar.

¿Cómo hemos llegado a este punto? Me acerco a abrazarlo, pero no me deja hacerlo, me aparta. Contengo las lágrimas como puedo y empiezo a hablar.

-Alfred, lo siento.

No me responde. Solo llora. No hay nada que me rompa más en todo el mundo que verlo llorar. Yo he llorado muchas veces, he llorado por muchas tonterías, he llorado porque sí, porque no y porque también. Pero Alfred solo ha llorado cinco veces delante de mí y, cuando lo hace, es porque tiene dentro un dolor que no puede soportar.

-Alfred, lo siento muchísimo. Perdóname- él niega con la cabeza y no quiere escucharme- Al menos, escúchame- no dice nada, así que decido seguir hablando.- Me gustaría volver a aquellos días en los que creíamos que éramos dueños de las horas, en los que estábamos convencidos de que teníamos por delante todo el tiempo del mundo y en los que esperar no era ninguna tortura, sinó una bendición.- Detiene las lágrimas y empieza a mirarme, quizá recordando todos aquellos  momentos- Echo de menos despertar todos los días a tu lado, que estemos encerrados y sentir que todo puede ir bien si lo cuidamos. Porque tengo miedo de no cuidarlo. Y, sobretodo, te echo de menos a ti, y tengo mucho miedo de perderte, de no verte nunca más.

Cierro los ojos meditando en lo que acabo de decir y en cómo describe este sentimiento M Clan. Alfred cambia su expresión. 

-Siento que ese miedo- prosigo- no se va a ir nunca. Pero te quiero Alfred. Prometo que te quiero con locura. Prometo que llevaba mucho tiempo sin sentirme tan completa como cuando me tuviste entre tus brazos. Prometo que me encanta jugar. Pero no contigo. Me encanta cuando jugamos juntos, las reglas las escribimos los dos. 

Alfred permanece en silencio y yo siento que no hace falta añadir nada más. Me siento a su lado y, poco a poco, nos vamos acercando hasta que encuentro un hueco en su cuello que tiene mi nombre. Cierro los ojos y respiro su esencia. 

-Yo también tengo miedo- dice él. Y llora de nuevo. Pero esta vez de forma sutil, callada, tranquila. Llora como si algún sentimiento le escociera en los ojos y las lágrimas lo ayudaran a marchar. Siento el impulso de echarme a llorar con él, pero decido no hacerlo. Ahora me toca a mí ser la fuerte. 

Poco a poco se relaja y su expresión se torna tranquila. Dejamos de abrazarnos y miramos al frente. 

-¿Qué te parece si vamos dentro y desayunamos juntos?- decido proponerle. 

-La verdad es que no me apetece- contesta.

-Bueno, pues no desayunamos, pero vamos dentro y...- me interrumpe. 

-Amaia, no sigas. No me apetece ir contigo.- dice sereno. Y, tras una pequeña pausa me rompe en tres palabras- Tengo que pensar. 

Acepto, con lágrimas en los ojos pero sin dejarlas salir, y me levanto. Si no me quiere a su lado, no me voy a quedar aquí. 

Entro a la casa y, aprovechando que el baño está vacío, me encierro en él. Lloro durante un par de minutos en silencio; intentando plasmar en mis lágrimas toda mi rabia, mi inseguridad y mi tristeza; implorando para que se vayan ya esos sentimientos y venga la calma; necesitando desesperadamente sentir que nado en las aguas tranquilas de la estabilidad. 

Tras ello, me recupero y me incorporo. Echo toda en agua fría que puedo a mis ojos y cara, en general, y me la seco con la toalla intentando que se lleve cualquier indicio de lo que acaba de pasar. 

La ansiedad empezó una guerra conmigo, ganó un par de batallas, pero la guerra la voy a ganar yo. Y eso solo lo voy a lograr si soy capaz de reconducir mis sentimientos, controlarlos y, dejarlos ser, pero sin extremos a los que están acostumbrados. 

Salgo del baño dispuesta a luchar para que la Amaia que fui y que sé que soy, vuelva. Hago una llamada a mi interior. Necesito que me deje fluir.

Intento mirar todo mi alrededor desde una perspectiva diferente. He estado la última semana haciendo dramas; y, si no los había, los he creado. Ya basta. Este plan es una buena idea. Han hecho todos un trabajazo para que pudiera ser posible que no me puedo ni imaginar. Volvemos a ser una familia; con sus más y sus menos, con sus roces y sus amores, con su resentimiento y con su cariño incondicional, es decir, lo que ocurre en cualquier familia de verdad. 

De repente, todo me empieza a parecer mejor. El sol brilla más que otros días. La decoración es más bonita. Hasta los cuadros tienen matices increíbles de admirar. Por todas las habitaciones se respira música. Cada par de minutos se oye a alguien tararear, cantar o, incluso, tocar algún instrumento. Oigo móviles en la lejanía con alguna lista de reproducción de Spotify. 

Todo parece cuadrar en mi vida. Menos Alfred. No tengo claro si quiero quedarme en su vida o no y, hasta que no piense y lo descubra, no voy a volver a acercarme a él. Y si decido volver y él no está, le dejaré ser libre, le dejaré brillar en otros ojos, acercarse a otros labios y, al fin y al cabo, ser feliz. Porque sé que es lo que él me desea a mí. Sé que es lo que él, siempre, me va a desear. Y lo haré aunque duela, aunque pese, aunque rompa. Y me coseré las heridas y resurgiré más fuerte. Lo haré, porque le quiero y si la persona no está contigo de forma libre, ¿vale la pena que esté?

Me acerco a la cocina, preparada para el que puede ser un día mejor y me encuentro a un grupo hablando sobre ir a comprar. Han decidido que la noche de la ''fiesta'' va a ser esta. Los que viven en Barcelona o conocen gente de aquí han propuesto invitar a amigos y conocidos a los que aprecian. Como la casa es grande, van a permitir que vengan varias decenas de personas más. Quieren hacer una fiesta memorable. Mucha comida, mucha bebida, mucha locura y mucha música. 

Alfred, en algún momento, ha entrado y parece haber escuchado la última parte de la conversación. Sonríe, de forma extraña, pero con emoción.

-Voy a ir a avisando a unos amigos... Y amigas- sentencia. Se ríe contento y muchos le siguen. Admiran su idea.

-¡Cuantas más chicas traigas mejor!- dice Cepeda. 

-¡VA A SER UN AUTÉNTICO FiestOT!- grita Ricky. Varios le siguen y, felices, empiezan a saltar emocionados pensando en todo lo que puede pasar. 

Empiezo a sentir que esta fiesta no es una buena idea. 

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¡Hola chicxs! ¿Ganas de FiestOT?

Alfred sí y vendrá con amigxs. 

A Amaia parece no hacerle mucha gracia. 

Pronto el siguiente. 

¡Mil dieciséis gracias y que os sigan las luces!

¿Qué es mi vida sin ti?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora