Diecisiete

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-Amaia, voy a ser directo- dice- voy a entrar a la piscina contigo.

Me paro en seco. Me giro hacia él. Trago saliva, nerviosa. No puedo dejar de mirarlo.

-La pregunta es: ¿con o sin bóxers?

El corazón empieza a latirme a mil por hora y me muerdo la lengua para pensar antes de contestar. Me acaba de descolocar.

-¿Cómo... me preguntas... eso?

Alfred sonríe contento por mi reacción. Empieza a entrar a la piscina con ellos.

-La verdad es que estoy cansado de tener que hacer las cosas que nos dejen hacer. Me apetece hacer locuras, solo y contigo. No quiero seguir pidiendo permiso... No sé Amaia...- se va acercando- me apetece no tener que pensar en nadie más que en nosotros. Y, realmente, no sé qué somos. Nos dimos un tiempo, nos hemos liado, peleado y liado. No sé si estamos juntos y siento que quiero tener esa conversación contigo. Pero no ahora...- llega hasta a mí y su mano me acaricia el cuerpo. Me estremezco.- Pero llevo tanto tiempo sin ti que cuando estás cerca no puedo pensar en otra cosa que no sea acercarme más y más y más...- trago saliva y respiro hondo- Me apetece con locura comerte la boca. Te deseo como nunca he deseado a nadie.

Me levanta de la cintura y, aprovechando que floto, me envuelve en su cadera.

-Alfred...

Me mira y con sus brazos acaricia mi espalda y me apoya contra una pared de la piscina.

-Para que no te escapes- susurra.

-¿Dónde está Ana?

-Le he dicho que tenía que ir con mi niña y se ha ido a dormir- sonrío. Me ha llamado mi niña. Me llame como me llame, me encanta como suena.

Deja de hablar y empieza a besarme en el cuello. Segundos después lo aparto.

-O me besas ya o te beso yo- digo. Y empieza a besarme. 

Se vuelven a repetir las ganas de a mediodía, tras la canción. Tras unos minutos, se separa al llegar al mismo punto.

-Aquí nos habíamos quedado- digo graciosa.

-¿Te apetece ir dentro?- dice él. No me quita la vista de los labios y sus manos me hacen cosquillas en la espalda pero, a la vez, me aprietan.

-¿Por qué no nadamos un poquito?- propongo yo- Ya que estamos aquí...

Él asiente, un poco disgustado, pero aceptando que haría cualquier cosa que me pidiese, menos dejarme ir.

Nadamos, nos perseguimos, buceamos... Somos como niños. Somos felices. Le tiro agua, intentando no hacer mucho ruido y él me tira más agua de vuelta. Me escabullo, cojo aire y me recorro la piscina buceando. El pelo mojado me acaricia la espalda. La luz de la luna se refleja en el agua, junto a un par de luces que aún quedan dadas en la casa. Pero, sin duda, la luz que más brilla es la de Alfred. 

Un rato después vuelve a acercarse a mí a darme un abrazo y, al separarse, sus labios me llaman y me dejo llevar otra vez. Sabe a cloro, a amor, a vida y a necesidad. Ni siquiera toma el tiempo necesario para respirar. Me besa apasionadamente. Al borde de la desesperación.

-Vamos dentro- digo yo. Esta vez sin preguntar.

En medio de besos nos ponemos las chanclas y nos envolvemos rápido con las toallas. Dejando un rastro de agua que no nos preocupa llegamos a besos a la habitación. Tiramos las toallas al suelo y nos echamos a la cama.

-Lo hemos mojado todo- digo señalando el suelo del pasillo y habitación y, después, la cama. Y empiezo a reír, porque sí. 

-El agua se seca- dice sin darle importancia, riendo. Sus ojos miran mi risa y se iluminan aún más.  Entorna la puerta rápido y sus labios empiezan a recorrer mi cuello con ganas de jugar.

***

El sueño empieza a apoderarse de mí y el frío también. Me siento exhausta. Se nos han hecho las dos.

-Tengo frío- le digo al oído. Está sonriendo. No puedo evitar sonreír de vuelta. 

-Ahora saco una sábana.

La saca, la estira, la remete y nos tapamos.

-Sigo teniendo frío- susurro.

-¿Quieres mi camiseta o la tuya?- dice dispuesto a levantarse de nuevo. 

-Quiero que me abraces.

Me abraza fuerte debajo de la sábana. Hay agua con cloro por todas partes, pero, para el calor, no viene mal estar fresquitos y, entre el calor de Alfred y la sábana, el frío no va a ser un problema. 

Cuando le vuelvo a mirar tiene los ojos cerrados y su respiración se empieza a calmar. Si no está a punto de dormirse, lo está ya. 

Acaricio su rostro. Quiero que esta imagen dure para siempre. Quiero que mi cabeza le haga una foto y que sea el fondo de pantalla de mi vida. Cierro los ojos, cediendo al sueño y, entre pensamientos con su nombre, me duermo con la certeza de que todo puede y va a salir bien. 


-Que sí, que el rastro de agua llega hasta aquí- oigo una voz a lo lejos que no puedo distinguir.

-Qué me estás contando...- oigo lejana la voz de Aitana. 

-Esto sí que no me lo esperaba- le acompaña una voz distante que parece la de Ana. 

-Os lo dije- reconozco la de Cepeda. 

-¿Por qué hay un rastro de agua?- pregunta Roi. 

Entonces, me doy cuenta de que no es un sueño. Identifico el rastro de agua. Abro los ojos y veo que, tras la puerta medio abierta, están Aitana, Ana, Cepeda y Roi. PERO, ¿EN ESTA CASA NO HAY INTIMIDAD?

Empiezo a incorporarme cuando me doy cuenta que no llevo nada puesto, así que, de golpe, me subo la sábana hasta el cuello con miedo de que se den cuenta y vergüenza. 

-Dios- dice Luis. Y gira la cabeza. Roi repite el gesto y Ana los sigue. 

-PERO... AMAIA- dice Aitana.


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¡Hola a todxs!

Ya estoy de vuelta y la situación se vuelve interesante y graciosa. Pero siguen pendientes grandes interrogantes que espero resolver en el próximo capítulo. La playa es un buen lugar para solucionar las cosas. A Alfred le da paz. 

Dejadme en comentarios, ¿cómo imagináis el día de playa?

Os espero por estas líneas. 

1016 gracias y que os sigan las luces de Alfred. 

¿Qué es mi vida sin ti?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora