Capítulo 6.

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N.O.

La inconsciencia de entregar lo que para unos es valioso, es para otros solo una perdida de tiempo que deben quitarse del camino. La señora Finlay lo sabía desde el momento en que la entregó a los que son sus más grandes enemigos de sangre y de familia.

Ambos padres tomaban una copa de vino esperando que llegaran sus superiores a notificar que todo se encontraba en orden. El señor Finlay alzando la copa miró a su esposa que tranquilamente se dejaba llevar por el éxtasis de tan fina bebida.

-¿Crees que la cuiden bien? - cuestionó el señor de la casa refiriéndose a los hermanos y a su hija. Ella lo miró con desinterés y tranquilidad.

-Esperemos que no - pronunció claramente sin ápice de arrepentimiento.

-¿Por qué la enviaste lejos? - preguntó con curiosidad -Pudiste entregarla desde aquí.

La señora Finlay sonrió con ironía ante tal arrebato -¿Y quedar como la mala? Prefiero que piense que la envié para salvarla.

-Aún me pregunto que pudiste ofrecerles para que aceptaran cuidarla - la miró amenazante y con desconfianza.

-Digamos que era una oferta que no podían rechazar - bebió tranquilamente, intentando contener esa sonrisa de victoria y maldad que se asomaba por esos labios mentirosos y sin escrúpulos, mismos labios que fueron capaces de mentir y hacerle creer a los demás que todo era parte de un sacrificio.

Sin embargo de todo lo anterior, lo único en lo que no pensó fue en que posiblemente su hija nunca iba a estar en mejores manos que no sean en la de cinco chicos que cuando amaban, eran capaces de entregar su vida, incluso a aquella que se ha convertido en la enemiga silenciosa de toda una legión sangrienta y con sed de venganza y odio.

-¿Cómo se supone que la van encontrar tan lejos? - volvió a preguntar el señor Finlay a su esposa.

Soltando un suspiro de cansancio respondió -Ya saben donde está.

-¿Quién se los dijo?

Y no hizo falta la respuesta. Con una sonrisa maliciosa y oscura dio por contestada la pregunta. Ella misma se había encargado de todo, absolutamente todo.

CHARLOTTE.

Si ya era molesto tener que convivir con cinco chicos en una enorme mansión, tener que mantener la paz en un mismo auto con Max D'angelo era casi imposible.

La música ayudaba que la tensión e incomodidad dentro del auto fuera más llevadera, aunque claro, eso no era suficiente para el más sarcástico de todos.

-¿A dónde vamos? - pregunté luego de unos minutos en que solo miraba bosques a los costados del auto.

-Hay una tienda cerca de aquí - respondió con la vista en el camino.

-¿Podríamos ir al centro? Quiero conocer un poco más - me sinceré por primera vez.

-¿Me veo como guía de turistas? - fue su respuesta.

Volteé los ojos con fastidio a un lado del camino. Era completamente insoportable lidiar con la sonrisa de un idiota que se creía superior por tener ese humor negro y cruel. Claro que para mi no era problema, si quería jugar sucio, iba a jugar sucio.

Intentando con mis fuerzas no golpearlo preferí mantener la vista a la ventana, no iba a perderme el paisaje de bosques por una sonrisa burlona.
Realmente el lugar me hacía recordar lo lejos que me encontraba de casa, mi madre siempre decía que la esencia de las personas no desaparecía a pesar del tiempo y las circunstancias, ella tenía razón.

Hermanos D'angelo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora