Días extraños

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Me quedé paralizada aún en el descansillo de su planta. La miré negando despacio con la cabeza esperando a que me dijera que todo era una broma, pero ella de inmediato agachó la cabeza. No me podía creer todo aquello, no me lo quería creer. No tenía nada que ver con las situaciones semejantes que aparecen en las películas o en las series, ese momento estaba atravesado por un silencio afilado como la hoja de un cuchillo. Ella no me suplicó, ni me intentó dar explicaciones, tenía la sensación de que estaba esperando a que me fuera, y yo no me indigné, ni le grité, creo que mi cabeza se estaba protegiendo del colapso porque por alguna extraña razón, estaba convencida de que todo era una broma.

- ¿No vas a decirme nada? - dije con la voz entre cortada - Joder, Mimi... es que no entiendo una puta mierda de todo esto, de verdad que no... - no sabía que decir

- Lo siento Ana... - murmuró aún con la mirada fija en el suelo - de verdad que lo siento mucho... - se secó las lágrimas

- Lo sientes... - solté entre lágrimas y paralizada - ¿Eso es todo?

Escuché como alguien se acercaba a mí por detrás. Me giré y era el chico que les llevaba la comida. Aproveché para irme y la miré por última vez, estaba pendiente de pagar al chico y ni me miró hasta que no empecé a bajar las escaleras.

- ¡Ana!

Me giré rápidamente.

- ¿Dónde vas a ir ahora? - preguntó aparentemente preocupada

Yo negué con la cabeza y seguí escaleras abajo. Sin darme cuenta cogí la maleta a pulso con el brazo malo y antes de llegar al portal la lancé desde dos o tres escalones de altura de la rabia y el dolor. Me senté en el portal y lloré hasta quedarme seca. No sabía que me dolía más, pero estaba claro que no era mi día. Llamé a un taxi y volví a los apartamentos donde me alojé los primeros días después de irme de casa. Seguramente tenía el hombro para irme directa al hospital pero no tenía fuerzas para nada. No dejé de pensar en lo surrealista de la situación que acababa de vivir. O no tenía ni idea de quien era Mimi realmente o había cambiado tanto en un día y medio que no logré reconocerla en aquel momento. No entendía nada, pero no paraba de buscar la explicación en algo que yo estaba haciendo mal. A lo mejor era un desastre en la cama y Alba le daba lo que ella necesitaba, o puede ser que simplemente al estar conmigo le decepcionara por algún motivo y se desencantara. De verdad que sentía que estaba viviendo una pesadilla.

Al día siguiente me desperté y mientras desayunaba hablé con mi padre por Skype. Le conté todo entre lágrimas y vergüenza, pero no me dejé ni una coma. Él me obligó a que me olvidara de lo demás de momento, y me preocupara de lo importante que era mi salud. Así que me dirigí a mi médico de siempre para que me mirara el brazo. No tenía ganas de perder el día en el hospital. Cogí un taxi hasta Vallecas y me planté en el ambulatorio.

Me senté en la sala de espera y cogí el móvil. No había mucha gente pero todos me miraban y me moría de vergüenza. Levanté la cabeza cuando escuché abrirse una puerta y me resultó imposible que mi mala suerte se alargara tanto en el tiempo. La persona que estaba saliendo de la consulta era Mario. Se me quedó mirando y se acercó.

- Haz el favor de irte Mario - le dije antes de que él empezara a hablar - vete o te juro que llamo a seguridad - le susurré mirándole

- Vale, pero sólo dime qué haces aquí ¿Estás bien?

- Pues no, el otro día un capullo me jodió el hombro empujándome contra la pared... igual te suena - seguía hablando en voz muy baja

- Joder Ana, lo siento de verdad...

- Mario - le interrumpí - vete por favor

- ¿Ana Alicia Guerra? - Me llamó la enfermera

Me levanté y me metí en la consulta sin volver a dirigirle la mirada. Abracé a Pablo, mi médico y un buen amigo de mi padre.

La revolución.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora