El remedio

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Mientras ella me miraba excitada yo rompí un poco el momento cuando se me escapó una pequeña carcajada de la que se percató.

- ¿Qué? - me preguntó con los ojos entreabiertos

- Nada, nada... - me recoloqué en el colchón y acaricié su vientre bajo despacio

- No, ahora me lo dices... - exigió

- Que iba a hacer un chiste malo, olvídalo y relájate

Puse mi mano en su frente y la empujé levemente para que reposara su cabeza en la almohada y volviera a su estado anterior. Después llegué a acariciar el interior de sus muslos con la otra mano y ella se retorció un poco al sentir un escalofrío.

- Si te mareas me lo dices ¿eh?

- Bueno... si que eres creída tú ¿no? - sonrió y me besó con intención

Mis dedos se deslizaban por aquella zona tan peligrosa y su cuerpo se contraía conteniendo las ganas.

- Relájate amor...

- Sí... como si fuera tan fácil - contestó en un susurro

Yo estaba asustada por la situación que acontecía pero sin más dilación me introduje en ella con mis dedos sin mucha brusquedad y al sentirme separó sus piernas por inercia.

Mi ritmo era lento, como me pidió, propio más de una caricia que de otra cosa, pero no parecía que le estuviera incomodando.

Observaba su cara y su reacción y estaba inmersa en un estado de paz absoluto. Tenía dibujada una sonrisa casi imperceptible de gusto y jadeaba con una cadencia similar a la de mis dedos.

- ¿Bien? - le pregunté mientras me mordía los labios

- Perfecto... - acarició mi cabeza y me besó brevemente, su respiración no le dejaba recrearse más - qué ganas tenía de esto, joder...

Continué acariciando todo su interior de aquella forma tan sutil y erótica a la vez.

Esa levedad a mí me estaba volviendo loca.

En aquellos momentos me daba cuenta de la maravilla que era tener sexo con una mujer y de todo lo que me había estado perdiendo hasta entonces.

Bajé con mis labios por su cuello sin parar el movimiento de mi mano que ahora acaparaba otra zona del interior de su centro.

La besé despacio y recreándome en cada centímetro de su yugular dejando un rastro de humedad en cada beso. Mi pierna comenzó a mojarse casi sin avisar, me volvía loca rozarla y saber que su piel estaba erizada gracias a mí...

Sus gemidos empezaban a entonarse cada vez más contundentes y aunque sus pechos eran siempre mi perdición, ese día en su cuello se dibujaron un par de pliegues imposibles de abandonar.

Me recreé allí, con pequeños mordiscos juguetones mientras notaba como su sexo se humedecía con tanta premura como el mío y ella se contoneaba con sutileza.

Cuando me vi satisfecha, sus pechos me llamaron y me lancé a ellos con calma, pasando primero mi lengua muy superficialmente por uno de sus pezones hasta arrancarle un gemido y después besando toda su piel erizada de aquella zona que me sacaba de mis casillas.

Nunca podía irme de allí sin terminar succionando la piel rugosa y endurecida de sus pezones.

Me gustaba tanto escucharla gemir mientras sujetaba mi cabeza ahogándome en sus pechos...

- Ana, un poco más rápido por favor...

- No es eso lo que me pediste al principio - repuse muy pegada a su boca

La revolución.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora