Ropa desordenada

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Nuestras vacaciones estaban llegando a su fin y casi no nos había dado tiempo a respirar.

No nos fuimos de viaje porque decidimos organizarnos en casa.

Era absolutamente necesario que lo hiciéramos.
Todo era un caos desde que Mimi se mudó y aún tenía cosas en cajas amontonadas en el trastero.

Por fin en esos días conseguimos hacer de aquel piso un nidito para las dos.

Y eso nos costó nuestras discusiones y peleas, no lo negaré, porque no podíamos ser más diferentes también en los gustos. Pero por otra parte pasar por algo así con ella me resultó tan bonito...

En esos días pensé varias veces que a lo mejor estábamos corriendo demasiado, pero finalmente siempre llegaba a la misma conclusión, y es que el ritmo de nuestras vidas no nos daba opción para otra cosa, nos tocaba vivir a toda velocidad irremediablemente, si no, las oportunidades pasaban de largo por nuestras narices sin darnos ni cuenta.

Era el momento de arriesgarnos, de equivocarnos y de jugar, y si algo salía mal estábamos listos para pasar la página del libro lo más rápido posible.
Y esto se extiende a la situación de los dieciséis, no solo de nosotras dos, el cambio de vida había sido igual de brutal para todos.

Aquella tarde estaba terminando de organizar la ropa mientras Mimi llegaba de su cita para hacerse las uñas.

Entre las dos teníamos ropa para forrar un edificio dos veces, era horrible.
Y aunque nos intercambiamos la ropa constantemente, mi obsesión por el orden me obligaba a tenerlo todo clasificado como era debido.

Casi estaba terminando de guardarlo todo en el armario cuando escuché la puerta cerrarse bruscamente y a ella correr por el pasillo.

- ¡Hola!

Inmediatamente después el portazo se repitió esta vez con la puerta del baño.

Llegaba con alguna urgencia y yo no pude evitar sonreír y negar con la cabeza, siempre le pasaba lo mismo.

A los minutos salió y se acercó a mí con la lengua fuera en señal exagerada de cansancio.

- Dios, casi me meo encima - me agarró de la cabeza y me besó

Reí.

- ¿Qué haces? - echó un ojo a la habitación con los brazos en jarra

- Pues ordenar, amor, que falta hace ¿me echas una mano? - le pregunté mientras cogía un montón de camisetas

- Eh... si, por supuesto - cogió las camisetas y las fue tirando al suelo, de una en una, después se acercó a mi con el dedo entre sus dientes y con una mirada que ya me conocía - te echo una mano adónde tu quieras, reina

- Mimi que acabo de doblarlo todo, ¿Qué coño haces? - me besó el cuello y me perdí, al segundo beso se me escapó un jadeo inevitablemente - pa... para por dios

- Sabes que no - me susurró - que ahora ya no puedo parar - rió en mis labios y continuó besándome despacio

- ¿De verdad crees que es el momento? - pregunté totalmente perdida y con los ojos cerrados mientras ella volvia a besar mi clavícula - ¿con las uñas recién afiladas?

Rió

- Joder Ana, que no soy un perro - agarró mis labios con sus dientes haciéndome entender que estaba totalmente superada por el deseo - además sabes que las uñas no son un problema para mí

Y tenía razón, todavia no sé cómo lo conseguía pero su experiencia y maestría en la cama le permitía deslizarse por mi interior sin que me diera cuenta en ningún momento de que tenía uñas de bruja, era admirable.

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