Suspiré, completamente satisfecha, y aproveché la claridad mental para terminar mi ejercicio de física sin prisa alguna.
Mi mente solía ser un molesto zumbido la mayoría del tiempo, que me obligaba a pensar en todo tipo de cosas, desde temas tan banales como dulces mexicanos, hasta los más complejos, como mi mamá.
Cuando me encontraba en clases, usualmente podía dividir mi atención en diversas categorías al mismo tiempo, pero resultaba ser algo tan abrumador como confuso, y era por esa razón que agradecía enormemente compartir casi todas mis clases con Marcus, porque su presencia era una especie de atenuante que me permitía concentrarme, además de en él mismo, en lo que yo quería.
Había pasado mucho tiempo preguntándome el porqué de aquél fenómeno, pero no encontraba ninguna explicación que tuviera sentido. Suponía que la presencia de Marcus era tan imponente que obligaba a todo el mundo a centrarse sólo en él, pero la mayoría de las personas no solían parecer sedadas en su presencia, así que descarté esa posibilidad casi de inmediato.
De igual manera, no me importaba demasiado saber la causa, sino disfrutar de los efectos, y éstos estaban por terminar, junto con la clase de física.
—No olviden hacer el resumen de las páginas que leímos hoy en su libro. —Recordó el profesor cuando sonó la campana. Comencé a guardar mis cosas, aprovechando al máximo mis últimos momentos de paz, mientras miraba a Marcus tomar las suyas a mi lado, y salir del auditorio sin decir una palabra.
Martes.
Los martes tenían sus partes buenas, como por ejemplo que tenía clases de física, una materia que me gustaba mucho, y que compartía con el pelirrojo.
—¡Qué triste debe ser que tu supuesto prometido ni siquiera te dirija la palabra!
Y también tenían sus partes malas, como que tuviéramos que compartirla con los chicos de la facultad de ciencias, entre los que se contaba mi nueva mejor amiga, Jane.
—¡Qué triste debe ser no tener vida propia, y pasar la clase entera atenta a los movimientos de los prometidos de otras personas! —Canturreé, y tomé mi bolso. Ni siquiera me giré para mirarla, pero pude escuchar sus tacones baratos resonar por el pasillo cuando se alejó, furiosa. Era comprobable que Jane tenía la mentalidad de una niña de seis años, y las hormonas de una adolescente.
Me encogí de hombros, y salí del lugar. Rasheld me esperaba fuera del aula, con una expresión severa.
Si había algo que admiraba de Rash, era que siempre se veía deslumbrante.
Llevaba jeans azules, una delgada blusa de un azul medianoche que contrastaba demasiado con su hermosa piel, y tacones altos del mismo color. Ella delineaba sus ojos con un lápiz negro intenso, que hacía que éstos, del mismo color, se vieran infinitamente profundos, y solía usar accesorios de oro puro.
Si en mi infancia hubiera sabido de su existencia, sin duda le hubiera pedido a papá un ejemplar de la Barbie* Rasheld, princesa del Nilo.
—Lindos zapatos. —Halagué.
—Gracias. —Asintió—. ¿Cómo es que por todo el campus se extendió el rumor de que Marcus es tu prometido?
—Tan directa como siempre. —Solté divertida—. Es sólo eso, un estúpido rumor que Jeff se encargó de distribuir. —Me quejé mientras caminábamos hacia mi auto.
—Un chico se acercó a preguntarme si era cierto. —Fruncí el ceño—. Por supuesto que no respondí, pero Axxas estaba ahí.
—¡No puede ser! —Gemí—. Va a matarme.
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Ain't talking about love
RomanceCon el intimidante Marcus Dallas había cuatro reglas por seguir: Primera, no te entrometas en sus asuntos. Segunda, no te interpongas en su camino. Tercera, nunca le mientas. Y cuarta, y más importante, jamás te metas con "ella". Pero, ¿quién era "e...