Me incliné rápidamente para levantar las llaves que había dejado caer, con el corazón latiendo desbocado en mi pecho.
Dallon tomó mis dedos entre los suyos, y di un respingo al sentir su piel sobre la mía. Mis ojos se encontraron con los suyos cuando ambos nos incorporamos, y las palabras a las que hubiera podido recurrir en una situación como aquella murieron en mi garganta, pero él liberó una de mis manos, y llevó la otra hasta sus labios, besándola en un gesto de cortesía.
—Señorita Brooke. —Saludó con una sonrisa tímida—. Creí que yo era el único que se congelaba cada vez que nos encontrábamos, pero es bueno saber que no es así. Luces increíble.
—Dallon. —Solté de golpe. Parpadeé un par de veces, y respiré profundamente antes de retomar la compostura—. Veo que no mentías. —Reconocí, apenada, pero bastante halagada.
Había visto algunas veces al apuesto oficial sin uniforme, pero aquella playera verde de manga corta que acompañaba sus jeans azules y botas amarillas, se adaptaba perfectamente a su atlética figura, haciendo que sus músculos se notaran por debajo de la tela, y que mi cerebro se derritiera.
—Espero no haberte incomodado.
—No lo hiciste —Lo tranquilicé, nerviosa—, es un lindo detalle.
Mi nerviosismo colapsó con una oleada de tranquilidad que reconocí al instante, haciéndome sentir en verdad confundida.
Estaba casi segura de que Marcus estaba en el lugar, pero por primera vez, ni su presencia logró erradicar la emoción que me invadía.
—¿Estás lista? —Asentí intentando disipar mi aturdimiento, y me invitó a dar un par de pasos hacia su auto, un Bentley que yo conocía muy bien, aunque nunca había subido a él—. Espero que no te moleste, pero traje compañía.
—¿Compañía? —Me detuve extrañada por sus palabras, porque las únicas personas con las que Dallon y yo coincidíamos, eran con mi padre, y con Elliott.
Y estaba segura de que este último no aceptaría acompañarnos a comer ni aunque la vida le fuera en ello.
—Así es. —Se adelantó, y en cuanto abrió la puerta del copiloto, una enorme bestia bajó del auto y corrió hacia mí.
—¡Cooper! —Fue lo último que dije antes del impacto.
—¡Cooper, no! —Solté una carcajada mientras el enorme San Bernardo intentaba lamer mi rostro, y Dallon trataba de sacármelo de encima—. ¡No, siéntate! —El gigante obedeció, pero comenzó a lamentarse, y mover sus patas con impaciencia.
—No lo regañes. —Pedí al ojiazul entre jadeos cuando me ayudó a incorporarme—. Yo también lo extrañé. —Aseguré antes de acercarme a acariciar al perro, quien se acostó sobre su espalda para que frotara su pecho, haciéndonos reír.
Había conocido a Cooper en la fiesta que mi padre había hecho el año pasado para festejar el cumpleaños de Dallon. Su hermana y sus sobrinos pensaron que sería un lindo detalle que su más fiel compañero estuviera a su lado ese día, y yo había pasado horas mimándolo, porque era un can realmente adorable.
—Lo siento mucho, no creí que reaccionaría de esa manera. —Se disculpó, avergonzado—. ¿Estás bien?
—Sí. —Le quité importancia al asunto. Las palmas de mis manos habían ganado un par de cortes al impactar contra el suelo, pero ninguno era preocupante, así que simplemente me sacudí el polvo que hubiera podido adquirir—. No fue nada.
El capitán tomó una correa del asiento trasero y la enganchó al collar de su perro, que no tardó en subir nuevamente al auto.
—Vamos. —Dallon me ofreció su mano, y la tomé con una sonrisa.
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Ain't talking about love
RomanceCon el intimidante Marcus Dallas había cuatro reglas por seguir: Primera, no te entrometas en sus asuntos. Segunda, no te interpongas en su camino. Tercera, nunca le mientas. Y cuarta, y más importante, jamás te metas con "ella". Pero, ¿quién era "e...