Capítulo 3: Normal.

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Cuando era pequeña, mamá solía decir que yo no era como las otras niñas.

Ella no se refería a que yo fuera única o especial, porque estaba convencida de que en realidad lo que hace a una persona especial para otra, es el cariño que tiene hacia la misma. Claro que yo era especial para mamá, pero eso no me hacía diferente. Lo que, según mi mamá, me hacía diferente a las demás, era mi manera de ver las cosas.

¿No ha quedado claro? Lo explicaré.

Si hay algo que siempre he tenido en mi vida, es tiempo libre.

Demasiado.

Según mi padre, había sido casi imposible mantenerme quieta desde que nací, y ambos tenían la ligera esperanza de que cuando entrara a la escuela, mis energías se drenarían aunque fuera un poco. El único problema había sido que la escuela jamás había sido suficiente para mantener mi mente ocupada, y fue por eso que cuando me expulsaron el primer día de clases del jardín de niños, por intentar practicarle una autopsia a mi maestra, mis padres comprendieron que no podían dejarme sin hacer nada aunque fuera por poco tiempo, porque terminaba buscando problemas.

Así que desde que cumplí cinco me habían inscrito en innumerables actividades extracurriculares, desde idiomas, pasando por todos los deportes existentes, hasta cientos de disciplinas artísticas, pero el problema siguió sin resolverse. Me resultaba muy fácil dominar por completo un tema rápidamente, y por lo mismo, me aburría al no poder aprender más acerca de él, y lo cambiaba por otro, y lo mismo sucedía con el ámbito educativo, y no necesariamente porque me aburriera de las clases, sino porque al enterarme de las asignaturas que cursaría el año siguiente, la curiosidad me invadía, y pasaba las vacaciones leyendo todo lo que podía acerca de ellas. Leía tanto, que para cuando comenzaba el ciclo escolar, mis conocimientos abarcaban cualquier cosa que hubiera podido aprender en ése año, y más. Fue por eso que opté por hablar con los profesores, para que pudieran evaluarme únicamente con exámenes, trabajos y tareas, dejando así más tiempo libre, al no tener que ir a clases.

Yo hubiera podido saltar de tercer grado directo al instituto si así lo hubiera querido, pero a mamá no le agradó jamás la idea. Argumentaba que un cambio de ése tamaño iba a terminar afectando aún más mis relaciones afectivas, y que debía vivir paso a paso todas las experiencias que cualquier niña normal tendría. Jamás protesté contra su lógica, porque Axxas siempre estuvo para mí, y yo no quería alejarme de él.

Obsesiva.

Así solían describirme mis compañeros constantemente. Me costaba mucho relacionarme con las personas a un nivel personal, pero no por eso era retraída o tímida de ninguna manera. Tampoco era la típica nerd, ni nada por el estilo, al menos no físicamente, y de eso estaba segura porque de otra manera jamás me hubieran aceptado en el mundo del modelaje... Otra actividad de la que pasé rápidamente. Por la misma razón, desde que entré a la secundaria, comencé a llamar la atención de mis compañeros, y estaba segura que hubiera sido jodidamente popular de no haber sido por el hecho de que terminaba intimidando o incomodando, de una u otra manera, a las personas que se acercaban a mí.

"No, no lo eres.", esa fue la respuesta de papá cuando le pregunté si era retrasada emocional, en lugar de mental. "No, tampoco tienes Asperger, no eres autista, ni tienes déficit de atención.", me aseguró a los ocho años, cuando no era capaz de comprender por qué Axxas era mi único amigo.

"No, tener un coeficiente intelectual más alto de lo normal no es malo.", juró mamá.

Pero no fue hasta que la perdí, a los diez, cuando me di cuenta de que no tenía ningún problema emocional, porque me había dolido de la misma manera que a papá, quien era perfectamente normal.

Ain't talking about loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora