Capítulo 7: Hogar.

874 138 38
                                    

Me acerqué para abrazarlo, y palmeé su espalda.

Maxi Rogers, mejor conocido como Max, era mi mejor amigo desde quinto grado.

Max, y yo, junto con otros amigos, habíamos creado el Valhalla, un club nocturno con temática de vikingos, todos lo administrábamos, y nos encargábamos de mantenerlo en orden. Incluso habíamos formado una banda de rock, y tocábamos todos los viernes en el lugar. 

Hasta el semestre pasado, yo solía pasar mucho tiempo con ellos en el club, porque a pesar de vivir a casi dos horas de la facultad, nunca me había anotado en el programa de residentes de la universidad, la distancia no me molestaba, y prefería viajar para pasar tiempo en casa, que mantenerme alejado de todos mis seres queridos.

Hasta ahora.

Con el cambio, había tenido que contratar a un baterista de reemplazo, mismo que perdimos cuando las clases comenzaron, así que los shows habían tenido que ser suspendidos temporalmente.

—Yo también te extrañé. —Bufé antes de contestar.

—No dije que te hubiera extrañado.

—Pero lo hiciste. —Aseguró, y negué, divertido.

—Venga, vamos afuera, no quiero estar encerrado. —Lo invité a seguirme al jardín trasero, que se encontraba iluminado por tenues lamparas, que rodeaban la fuente del lugar.

—Me sorprendió mucho tu llamada, fue una agradable sorpresa. —Sonrió—. Ni siquiera me molestó que me hubieras alejado del club un viernes por la noche.

—No sabía que estabas en el club, ¿los chicos se encuentran ahí? —El entusiasmo me invadió por un momento, al pensar en Alex y Carl, dos chicos completamente opuestos, pero totalmente confiables.

—Sólo Carl, Alex tiene una cita con Haley. —Se encogió de hombros. Alex llevaba saliendo con esa chica un par de meses—. Pero no quiero hablar de ello, ni quiero regresar al club.

—¿Pasa algo? —Me extrañé.

—No creo que sea buena idea ir al club, no ésta noche. —Hizo una mueca, y perdí el interés en el acto, sobresaltado, y sin querer saber cuál era la razón. Si Max decía que no me convenía, yo le creía, porque significaba que se debía a una causa mayor—. Podemos ir mañana, si quieres. —Negué.

—Tengo algo importante que hacer mañana. —Max frunció el ceño.

—¿Regresarás al campus? —Se extrañó.

—No, no me iré, pero debo hacer algunas visitas. —Él asintió, comprendiendo.

—¿Marcus?

—¿Qué ocurre?

—¿Cómo lo llevas? —Le dediqué una sonrisa cansada—. Así de mal, ¿eh?

—Peor. —Le aseguré.

—No quiero sonar cursi, pero me duele bastante no reconocerte. —Llevó una mano detrás de su cabeza—. Extraño al Marcus bastardo que se burlaba constantemente de la vida, al Marcus que todo le irritaba y adoraba pelear con nosotros. Era un imbécil, sí, pero era nuestro imbécil.

—No queda ya nada de ése Marcus. —Susurré—. Ni yo mismo soy capaz de reconocerme, Max.

—Espero que algún día regrese. —Se sinceró.

—También yo. —Fijé la mirada en las enredaderas con que mi madre había tapizado la pared del fondo, y escuché a Maxi carraspear.

—Pero, bueno, ¿qué vamos a hacerle? —Se encogió de hombros—. Cuéntame de tu facultad. —Pidió—. ¿Hay chicas lindas?

Ain't talking about loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora