CAPITULO 5 REVELACIONES

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Candy tarareaba una canción mientras se ataba las cintas de sus botas. Un llamado a su puerta hizo que levantara la mirada para encontrarse con su doncella personal. La sirvienta sonrió al notar como la luz del sol formaba un halo alrededor de la cabeza de su patrona dándole el aspecto de un ángel. La jovencita pecosa le devolvió la sonrisa mientras echaba su rizada cabellera sobre la espalda.

"¿Cómo estás Beth?"

"Muy bien, señora y ¿usted?"

"¡Estupendamente!" – dijo poniéndose de pie de un salto.

"Su desayuno está listo, señora Candy."

"Muchas gracias, Beth pero no tengo hambre. Tal vez coma algo dentro de un rato."

"¿Tomará su caminata por el bosque, señora?"

"Como todos los días" – repuso – "Es un hermoso día ¿no crees?"

"Muy lindo, señora, y muy soleado" – dijo sacando un sombrero del armario –

"Necesitará esto."

"Tienes razón" – dijo dándose una mirada en el espejo – "Creo que tengo un par de pecas nuevas."

Hacía más de un mes que estaban en Escocia y Candy disfrutaba mucho de explorar sus alrededores. La villa de los Grandchester colindaba con un bosque repleto de árboles frondosos, animales silvestres y flores. También había un lago en las cercanías, donde estaba segura podría darse una zambullida una vez que el verano llegara. Por primera vez en mucho tiempo Candy se sentía feliz a pesar de estar en un lugar nuevo y desconocido. Los encargados de la villa, los McGregor la había acogido como una hija a pesar de los desplantes que Terrence le hacía.

Los McGregor habían notado el extraño comportamiento de la pareja y no podían explicarse que sucedía. Ellos sabían que los matrimonios solían ser arreglados por los padres pero jamás habían visto tal animosidad. Beth sólo podía encogerse de hombros cuando le hacían alguna pregunta. Ella tampoco sabía que ocurría y no podía explicarse que el joven no buscara a su señora.

"¡Buenos días, Tim!" – dijo Candy regresando al jardín.

"¡Buenos días, señora! ¿Qué tal estuvo su caminata?" – preguntó el jardinero.

"¡Maravillosa! Podría quedarme aquí por siempre."

"Sería maravilloso tenerlos aquí, señora."

"¿Cómo están mis rosas?" – preguntó Candy acercándose a un arbusto que aún no florecía.

"Parece que tendremos muchísimas, señora. Desde que usted empezó a cuidarlo y podarlo, he notado que ha crecido el número de capullos. Me va a dejar sin trabajo, señora..."- bromeó él.

"No digas eso" – repuso halagada – "Lo que sucede es que tuve un magnifico maestro."

Anthony. Su recuerdo aún la hacía suspirar. Cerró los ojos y visualizó al creador de las Dulce Candy. El sonido de cascos la hizo abrir los ojos alarmada. Una veloz figura a caballo pasó a pocos metros de ellos a gran velocidad.

"Ahí va el joven Terrence" – dijo Tim – "Corriendo como siempre."

Un estremecimiento recorrió la figura de Candy antes de arrodillarse junto al rosal.

"¿No cabalga usted, señora?" – le preguntó Tim con curiosidad.

"No. No me gustan los caballos."

Candy descendía la escalinata con lentitud en dirección a la biblioteca. Se rió de si misma al pensar que la falta de sueño de Terrence empezaba a ser contagioso. Lo único que había descubierto sobre él durante el último mes era que sufría de insomnio. No era extraño verlo deambular por los pasillos a altas horas de la noche, caminando de un lado a otro, como león enjaulado, fumando cigarrillo tras cigarrillo y bebiendo hasta quedarse dormido. El ruido de una botella al romperse llamó su atención hacia la sala.

Corazones en juego Donde viven las historias. Descúbrelo ahora