Parte 3: Fideos pegados

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Estaba inmersa en la investigación de este asesino serial llamado Richard Ott, buscado por el asesinato de quince mujeres en el Estado Wisconsin cuando de repente mi mamá me grita desde la cocina "¡Se te pasaron los fideos!". Ese fue el principio de la discusión cotidiana con mi madre.

Si lo sé, que desaparezca cuando haya que hacer las cosas en casa, olvide pagar las facturas, y olvidarme de la comida en el fuego, son razones para que cualquiera con dos dedos de frente diga "¡pero oye niña, si tu te lo has buscado!" en acento gallego, sin embargo, yo profundizaría un poco más y buscaría entender porque tengo tan poca predisposición para hacer las cosas de la casa. A mi favor, puedo decir que no hay nada más fastidioso que tener un parlante de madre que te cuente todo el tiempo sobre sus dolores, las enfermedades que la aquejan, que se olvide donde guarda su plata y te eche la culpa y te tachen de ladrona.  A veces llego a casa luego de trabajar de doce a dieciocho horas haciendo distintas guardias como Acompañante terapéutico y solo recibo un "donde habrás estado", "pensé que ya te habías mudado", "te fuiste por ahí...", claro que me fui por ahí. Pero según ella, a drogarme y tener relaciones sexuales despiadadas con otros hombres. 

Es muy buena y la quiero, pero es irritante y yo soy desobediente, por eso nuestra relación transciende cualquier cariño meramente maternal. 

Cuando fui a ver los fideos, tenía razón. Parecía una masa esponjosa... ¡Por Dios! ¿cuánto tiempo lo dejé cocinándose? jeje lo que duró el programa completo. Terminamos comiendo milanesas con ensalada y yo que amo las ensaladas... pero me lo busqué. Ella me dijo que lavara la olla antes de que se vuelva un mazacote pero tenía que irme o llegaría tarde a la teoría en la facu.

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Ya no veía la facultad como un lugar de crecimiento personal solamente. Después de saber que por esas aulas se encontraba el chico con el que podría buscar tener algo, las cosas se tornaban más atractivas para mi. Ese mismo día, el empleado del buffet, el ayudante de prácticas y el que tiene su puesto de ventas de libros ya no ocuparían mi mente. Si quería madurar debía aniquilar mis amores platónicos, solo en Platón aclaro, no en la vida real... sería escalofriante y la próxima asesina seriel que atrapar.

Luego de la cursada, me dispuse a recorrer las aulas pertinentes a mi carrera, era lo que tenía a mano. La anfitriona alias Camille, me había dado suficientes datos, no podía aprovecharme de ella para obtener más. En todo caso ella solo tenía el número de Tomás, el chico alto. Bueno, pensaría pedirlo si quisiera pasar como acosadora.

Me asomé en varias aulas por si lo veía pero no se encontraba en ninguno. Por supuesto preguntaba si era segundo año de Psico. Tomé algo luego de que la hora comenzara y sin querer hice tiempo leyendo algunas cosas para el próximo trabajo práctico cuando vi la hora, en diez minutos volvería empezar la próxima hora. Así que lo dudé un poco de si hacerlo nuevamente, ya era tarde... pero bueno, hice la segunda expedición por las aulas.

Cuando chusmeaba desde la puerta de entrada, alguien me toca la espalda. Me doy vuelta, mis ojos se abren con sorpresa, cuando uno menos lo espera, llega... ¿Agustín?

Pero no Agustín, sino el otro. ¿O este es Agustín? Pero no es... él. 

¡Oh por Dios! Creo que voy a desmayarme...

Bueno, tampoco para tanto, pero quisiera ver que cara puse porque este chico me estaba mirando confundido y no sabía si ayudarme, avanzar... su sonrisa se había difuminado.

- Ah... hola, ¿Agustín? - puedo decir. Puede ser que yo esté más confundida que él.

- Si, el mismo. - dijo  como sorprendido de que me haya acordado de su nombre cuando no habíamos chocado ni media palabra con ninguno de aquel grupo, que por cierto eran más de tres - Te reconocí de la fiesta que organizó Cami- dijo esbozando una sonrisa, completamente franco y yo, tratando de ocultar mi profesión de detective, o intento de. - ¿vas a entrar?

Te lo pido, quiéremeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora