Parte 1: Enamorada del amor

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Juan, Andrés (y no me refiero a ESE andrés), Ariel, Santiago, Pedro, Tano y tantos otros pasaron por aquí - hago una cruz en mi corazón-  para luego ser asesinados aquí - me llevo el dedo índice y apunto a la sien-. Y no son los doce discípulos, fueron muchos más los que pretendí que se enamoraran de mi. Pero no.

Nunca un novio de verdad, nunca alguien que me dijera que le gusto, que me sonriera con dobles intenciones. Solo miradas furtivas de alguien a quien le causaba curiosidad por el mero hecho de que yo empezaba a hostigarlo con las miradas primero. 

Pero siempre voy adelante y eso me ayuda a sobreponerme. Sé que voy mejorando, que de a poco voy logrando lo que quiero... quizás demasiado lento, pero ¿qué mas da? Hace mucho me dijeron que para tener novio debía estar cómoda conmigo misma, quererme primero. Podrá llevarme cincuenta años lograrlo, pero cuando me supere a mi misma, sé que encontraré a mi musculoso de treinta que solo me querrá por mis billetotes... bueno, la pifié de nuevo.

¡¿En serio?! La mayoría de las personas que conozco con novias suelen ser de menor coeficiente intelectual que yo, y tienen más miedo de arruinar la relación, que yo de desaprobar matemáticas. Y créanme cuando les digo el miedo que tenía a desaprobar matemáticas. Era tan morboso como el fastidio que me provocaba cuando llegaba la hora de inglés.

Bueno, en fin, no entiendo por qué, pero comenzaba a creer que me quedaría sola para siempre mientras los demás terminarían casados, gordos y felpudos mientras que con una cerveza en la mano hacían zapping en su tele vieja.

Lo admito, siempre fui una cobarde que lo fastidiaba todo. 

Aunque en Platón, moría de ganas por vivir ese romance soñado con el chico de mis sueños y vivía para escribir sobre ello y hablar a todas horas con mi almohada sobre lo que pasaría si..., en la Realidad, era seca, grosera, arrogante y a la que elegían ultima para jugar al Delegado. Y eso que no era mala en deportes. Pero si, tenía en moderado grado, el síndrome de Helga Pataki.

A veces creo que ni yo me soportaba. Por eso cuando cumplí veintidós y dejé de llorar por ese maldito de Emma que simplemente un día, no respondió más mis mensajes, me ignoró como si hubiera desaparecido de la existencia humana y me hizo destruir países enteros de Platón, juré que si volvía a encontrar a alguien que me interesara, haría que le guste, lo volvería loco y solo yo podría dejarle si me daba la gana.

Dos años después sucedió que debía cumplir lo que juré en una noche de SOLO CHICAS, obviamente que estaba más allá del bien y del mal con lo que había tomado esa noche: un licuado de banana y una limonada... bueno, la locura y el sentimiento de embriaguez mental, van por mi cuenta.

 Ese día, una de las chicas de la facu, creo que se llama Camille,  con quién nos llevábamos simplemente bien, nos invita a mi y a mi grupo de amigas a una reunioncita tranqui, en su casa. ¡Vivía sola! ¿Podían creerlo? Yo todavía vivía con mi madre, tenía trabajo propio pero apenas con lo que ganaba mantenía mis estudios y podía solventar alguna ropa que me gustara en oferta. Mi madre era agente inmobiliaria y podría asegurar que de ser legal, tendría una relación amorosa con un inmueble. Amaba su trabajo. 

En fin, esa noche cuando llegamos a la casa de Camille, un sencillo y cómodo departamento de alquiler que quedaba en el segundo piso de una casa vieja, pasamos tímidamente por un pasillo hasta llegar al saloncito donde habían algunos chicos, que supongo que eran universitarios, al igual que nosotras. Entones, ahí empieza mi primer impacto... lo vi, de perfil, apoyado de espaldas, mientras se llevaba una cerveza a los labios mientras sonreía y escuchaba a los otros tres con los cuales parecía una ronda...

La música de fondo era una especie de reggaeton a todo dar, pero puedo jurar que en ese momento solo escuchaba HEY! The PIXIES. 

Hey!

Te lo pido, quiéremeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora