Capítulo 13. Dos soldados.

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Lenox 

 Presente

Observo las grietas que se forman por encima de mí en el techo, tratando de encontrarles una forma. Sin la suficiente luz para verlas es difícil. Que manía tan extraña tenía.

Suspiro y me remuevo sobre la cama. Repentinamente escucho un ruido extraño proviniendo del piso inferior, luego escucho pasos en el pasillo y momentos después fuera de mi puerta, así que me dispongo a cerrar los ojos.

Alguien gira lentamente el pomo de la puerta y entra con pasos sordos a la habitación, mi pecho sube y baja anunciando que estoy durmiendo. Entonces una mano cubre mi boca y al instante abro los ojos, comienzo a removerme mientras alguien enciende la luz, mis ojos se quejan por la repentina acción. El dueño de la mano hace me ponga de pie con rudeza. Vaya idiota.

Por los uniformes camuflados, mi mente grita positivo cuando se pregunta si estos son soldados. Hay dos de ellos dentro del cuarto, el que se queda al borde de la puerta me mira de arriba abajo lentamente. Cerdo. Lo reconozco como Rodd, el soldado joven que estuvo rondando fuera de la casa horas antes, luego sus ojos se posan sobre los míos.

—¿Cuál es tu nombre, dulzura? —pregunta acercándose más de lo que me encantaría.

El que me sostiene retira su mano de mi boca y yo exhalo al instante, aun así pasa su agarre a mi nuca.

—Lenox —respondo. Mis labios tiemblan mientras respiro de manera desigual.

—¿Estás aquí sola? —Sabe la respuesta.

—Sí. —Mi voz trastabilla.

—¿Qué haces en esta casa? Claramente no es tuya... ninguna de las fotos familiares apunta a eso.

—¿Ustedes viven aquí? —pregunto tímida—. No quise traspasar la propiedad, yo...

—¿Y porque lo hiciste? —dice ladeando su cabeza para analizarme mejor.

—Mis amigos desaparecieron en el bosque. Camine por horas y me encontré esta casa, estaba abierta, planeaba llamar a mis padres pero la línea no funcionaba. Supuse que los dueños volverían por la mañana y, lo siento, siento haber entrado. —Lagrimas se construyen en mi rostro. Él levanta su mano y limpia una que se me escapa por la mejilla.

—¿Por qué se quedaría una cosa dulce como tú en esta tierra? —Me da una sonrisa esplendida.

Así que en efecto, lo sabían. Se habían figurado que solo las almas podridas permanecerían en este mundo.

—¿De qué hablas? Ustedes, ¿vienen a ayudarme?

—Algo parecido. ¿Qué voy a hacer contigo? —Simula pensarlo y luego asiente hacia el pasillo—. Vamos, te llevaremos al campamento, donde nuestro jefe podrá echarte un vistazo.

Le doy una sonrisa mínima, asintiendo.

—Suéltala, Yava —dicta Rodd. Al instante este me suelta empujándome hacia adelante. Giro para ver el rostro del malnacido que mataría primero, ese era el segundo soldado que había visto antes.

—Esta descalza —anuncia este tras de mí.

Rodd se encoje de hombros y me jala por un hombro con brusquedad.

Todo lo que llevaba puesto eran un par de jeans y la apretada blusa rosa de Brooke. No me había quitado mi gargantilla, esperaba que la ignoraran, aunque de todas formas la abundancia de mi cabello me ayudaba a simular la cicatriz en mi cuello.

Prisioneros del truenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora