Capítulo 29. El amante.

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Lenox

Presente

He estado buscando lo que en mi vida anterior me habían arrebatado, y ahora lo tenía... calidez, amor y plenitud. Solo necesitaba salir a luchar por mis sueños, esos que me hacían querer presenciar con mis propios ojos las maravillas que me regalaba la vida.

Requería aceptar mi propia naturaleza para entender que aun con ello, ganaría. Con fe y mis ansias de vivir derrotaría, no a Sastian, sino al miedo. Yo no era la primera viajera que se enfrentaba con la parada final de la pelea de su vida. Después de todo, yo era solo una chica... pero no una simple, sino un demonio...la heredera del trono del infierno, la que representaba al león del trueno, la fiel sierva de la luna y la voz de la sabiduría. ¿Por qué nadie mencionaba que yo era una Lenox? También era una Lenox. Caminaba como ella, pensaba como ella, pero tal vez solo pocas veces la deje salir a la luz ya que deje que los demás conocieran un pedazo de la verdadera yo. Un pedacito para Dion, otro para Bowie, otro para Brooke, un gran trozo para Ellioth, y el pedazo más enorme para Evan. Incluso llegue a regalarle trozos de mí a Sastian, pero él los pisoteo, ahuyentando a que la verdadera yo jamás saliera a relucir de nuevo en su totalidad.

Me remuevo entre las sabanas, lo que hace que el muy dormido Evan se aleje de mí. Al instante advierto la pérdida de su calor. Su pecho sube y baja, y cada cierta hora un largo suspiro escapa de él. Lo observo para aprender cada centímetro de su rostro, él era hermoso, sus largas pestañas y sus cejas gruesas lo enmarcaban, y su cabello negro lucia como si estuviera rizado la mayor parte del tiempo pero ahora estaba tan lacio como la misma seda.

Nos acurrucamos hasta que nos habíamos quedado dormidos después de nuestra pequeña escena con las plumas, y hasta solo apenas pocas horas yo desperté y no pude conseguir conciliar el sueño de nuevo. Las plumas aún se encontraban desparramadas en el colchón para recordarme lo mágico que podía llegar a ser algo tan simple.

—Deberías dormir. —Evan me sumerge en su voz ronca.

Gira algo dormido para verme mejor y estira sus brazos para atraerme, coloca su nariz sobre mi cuello y aspira, luego me eleva sobre encima de él. Apoyo mi cabeza sobre su pecho, solo nuestras respiraciones llenan el cuarto. Necesitaba escuchar su voz.

—¿Puedes hablarme?

Se tarda un tiempo en responder.

—¿Qué quieres que diga? —Su voz vibra en mi cuerpo al mantener mi oído pegado a su torso.

—Lo que sea —susurro.

—Lo haré... si me prometes que vas dormir. —Asiento repetidas veces haciendo el acuerdo con él—. Ese día en el fuego pensé que morirías. Me aterré por completo de que ese fuera tu destino, de que tu bello cuerpo y alma se quemaran para así extinguirse. Creo que jamás temí más en toda mi existencia.

No sé qué decir. Levanto mi cabeza para observarlo, sus ojos están cansados y su semblante es serio. Me impulso hacia adelante para plantar un pequeño beso en sus labios pero él no reacciona. En este momento quería algo de él.

—Si no quieres hacer esto conmigo, mejor detente. Porque ahora estoy totalmente despierto y no pienso parar. —Mi cuerpo tiembla ante sus palabras.

Nunca estuve con nadie. Jamás hice el amor, ni siquiera con Sastian. Tal vez en mi mente quebrada y aturdida aun creía que esto era algo que solo daría a aquel ser que se mereciera que me le entregara por completo, tanto cuerpo como corazón. No tenía que pensármelo dos veces para saber que esto era de alguna manera, correcto.

Prisioneros del truenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora