Capítulo 1. El comienzo del León.

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Lenox

 Presente

La noche es fría hoy. Me sostengo fuertemente de la barandilla del balcón. Por alguna extraña razón estar aquí me recordaba algún evento del pasado solo que mi mente no podía esclarecer cual.

La música que viene dentro de la casa esta odiosamente alta, por ello me había escabullido hasta aquí. Desde aquí arriba solo puedo vislumbrar un par de parejas en el patio delantero, ya que la mayoría de las personas están dentro. Levanto mi vista hacia el cielo y siento de nuevo aquel recuerdo latente en la punta de mis memorias tratando de llegar a mí con el delicioso viento que me envuelve en sus brazos. Me agradan estas noches frías llenas de ventisca con ápices de lluvia, ya que los cambios de clima repentinos en este mundo no son para nada algo que hubiera experimentado previamente en Zafiro, el lugar en el que viví.

De pronto escucho a alguien gritar desde las escaleras mi nombre.

—¿Lenox? ¿Dónde rayos has estado metida? —Brooke, una de mis almas me mira confusa desde el marco de la puerta que da al balcón.

—Aquí. —Le sonrió mientras me aparto lentamente de la barandilla—. Creo que me he aburrido, la música ha comenzado a provocarme dolor de cabeza, está demasiado alta y la mejor forma de escapar fue tu habitación.

—No te creo. —Sabe que miento, Brooke me conoce tanto como Dion, una de las otras almas a la que estoy conectada. Rio, exhausta.

—¿No lo dejaras ir, cierto? Creo que debería irme a casa. Mañana tenemos escuela y me siento algo cansada.

—Por supuesto que no lo harás. He estado hablando con Ellioth, no creo que él quiera hablarme o sienta el mismo interés. Y no has estado ni un solo momento conmigo, te invite para que socialices. Basta de quedarse todo el tiempo en casa. —Hago una mueca. De verdad no lo dejara ir. Contemplo mis opciones para intentar convencerla de que me deje ir solo por esta vez.

—Brooke, me la pase bien, juro que estuve tratando estos cuarenta y cinco minutos de tragarme mi aburrimiento y prestar atención a tantas palabrerías, pero odio estas cosas.

—¡Bien! puedes irte. Solo porque sé que he roto el record de que permanecieras cuarenta y cinco minutos en esta maldita cosa. —Sonrío y le doy un golpe leve en el brazo.

—Gracias su majestad. No te preocupes por como volveré, caminare y luego en la interestatal tomare un taxi. —Frunce el ceño de inmediato.

—De ninguna maldita manera, Bowie te llevará y luego volverá, no hay ningún problema.

—Brooke, en verdad necesito caminar y relajarme un poco. Te veo mañana. —Le doy un abrazo rápido y me apresuro a bajar las escaleras antes de que decida contradecirme como siempre y me obligue a subir al carro de su hermano.

—¡Querida Lenox, eres el único ser viviente que se resiste a mis mandatos! —grita desde arriba mientras yo rio por lo bajo.

Cuando bajo, observo a todos desde el recibidor en su máxima naturaleza de universitarios, y ¡oh, por dios! Odio esta música. Me acomodo mi chaqueta y salgo por la puerta principal. Al abrir la puerta la ventisca agita mi largo cabello mientras agradezco a mi coleta mentalmente por tratar de mantenerlo en su lugar. Atravieso el patio apenas iluminado, las parejas que había visto hace unos minutos desde el balcón ya no están aquí. Esquivo los autos aparcados a lo largo de la entrada y me apresuro a salir del lugar.

Esta fiesta era en la casa de los Leunam. Brooke y Bowie Leunam. Ellos vivían en una grande cabaña que se encuentra situada fuera de la ciudad, rodeada de todo tipo de pinos extendiéndose por detrás de unas conocidas montañas. La casa conectaba con un desvió de la interestatal. Es un camino un poco largo, y hasta que llegue al inicio del desvió podre encontrar un taxi pero eso no me molesta por que el aire fresco me sienta bien.

Prisioneros del truenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora