Capítulo 30. El ángel caído.

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Sastian

Presente

Una amarga melodía resuena en mi cabeza al ritmo del trotar de mi caballo de arena. Anya camina tarareando, arrastrando a su prisionera con fervor mientras que Odell anda en silencio. El cielo se ha dividido, mostrando en mi territorio a mi Dios, el sol. Y en el suyo, a su símbolo, la luna. Me pregunto, ¿Estará preparada para recibirme? ¿Estará asustada? ¿Ganaré? Eso esperaba...

Luego de haber vivido por años en el confinamiento del infierno, mi odio se volvió constante y amargo. Permití que las voces se apoderaran de mi cuerpo entero puesto que creía que ellas solo buscaban lo mejor para mí... después de todo, ellas tuvieron razón con respecto al Poema de traición. Para mis voces era importante ganar, y a mí no podría importarme menos, yo solo quería herirla tanto como ella me había herido a mí. Aunque tenía que confesar que a pesar de todo el daño que ya le hice, no sentía satisfacción o felicidad por ello. Inclusive quede plenamente arrepentido por haber herido su piel hace años, en el Solemne. Como si fuera un contrato para atormentarme, yo firme mi propia condena al enamorarme de ella porque aun con la distancia, la traición y la rabia, conté los días para tener la oportunidad de volverla a ver. Aprendí el arte de infiltrarme en sus pesadillas y a diario buscaba excusas para colarme en ellas, cuando lo que en verdad deseaba hacer era colarme en su corazón y encontrar explicaciones verdaderas del porque no decidió elegirme. Mi alma estaba triste, tan triste que todo lo que hacía era pensar en la cruel venganza que cobraría algún día... y ese día había llegado por fin. La profecía se repetiría, y en orden para llevarla a cabo, me tendría que convertir en el Fénix de ese pasado.

—Allí están las montañas —apunta Caos.

Su cabello rosado hoy estaba trenzado, y aunque su atuendo para la batalla era oscuro, había encontrado distintas maneras de filtrar el rosa a él. Su arma estaba preparada en su espalda mientras que distintas cuchillas se envolvían alrededor de su cintura. Dejo de observarla para prestar atención al horizonte. En efecto, dos montañas encerraban a la carretera, dándome la bienvenida a mi guerra.

—Llegaremos en cualquier momento.

—Los humanos se habrán ido —masculla Anya—. Ella debe haberlo tenido en cuenta.

Eso lo sabía a la perfección. De alguna forma Lenox consiguió amarlos, y si en verdad su amor era verdadero, ellos debían encontrarse a miles de kilómetros ahora.

—Eso no importa. Con ella tendremos más que suficiente. —Mis ojos color hielo se posan sobre su prisionera.

El silencio se hace hasta que Caos decide hablar de nuevo.

—Puedo asesinarla por ti. Lo haré si me lo pides, Sastian —murmura.

Frunzo el ceño. ¿Cómo se atreve?

—Este es mi camino por tomar. Tú y Odell se encargarán de Lealtad. —Mi voz se pierde en las sombras que se forman dentro de las montañas gemelas—. Ella es mía para matar.

Ordeno a mi arena desaparecer y así mi caballo se deshace en segundos. Ansiaba llegar a ella. Anhelaba estar en su presencia de carne y hueso, conectar espada con espada hasta la muerte y observar su sangre esparcirse en mi arena. ¿O eran las voces las que lo querían así? Mi cabeza palpita ahora con cientos de murmullos. Aprieto los dientes y envuelvo mis puños, mis fosas nasales aletean.

—¡Basta de esto! —exclamo, volviéndome loco—. ¡Dejen de hablarme!

Anya y Odell, acostumbrados a mis arrebatos no se inmutan, pero Daya, la falsa madre de Lenox abre mucho los ojos ante mi locura.

Prisioneros del truenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora