Prologo

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Después de que la espada perforara su pecho, ella se dispuso a agonizar. Respirando con dificultad, y temblando por el temor a lo desconocido, la vida se esfumaba de su cuerpo con cada segundo que pasaba. La vida sin mí rosa continuaría, pero esta carecería de la noche a la que le era fiel. Mi alma estaba incendiándose, y la lluvia de la tranquilidad no llegaría a apagar el fuego dentro de mucho tiempo. Este incendio me duraría vidas.

De pronto, ella intenta hablar, y los susurros que salen de sus labios me dejan helado.

—Corre, escóndete y vive, te suplico. —Levanta con la poca fuerza que le queda una de sus manos para acariciar mi mejilla—. Te seguiré amando desde a donde quiera que vaya mi alma.

—Yo... no puedo hacerlo.

—Hazlo por las rosas. —Ella llora mientras me regala la más bella de las sonrisas.

Lo haría por ella. Porque ese era su último deseo.

Con mi corazón llorando lágrimas de sangre, arrastre su cuerpo hasta donde su alma pertenecía, a la noche, y allí, el brillo de sus ojos dorados perdió color. Debería sentir odio, pero no es así. Más bien me odiaba a mí mismo por no haber sido capaz de salvarla, al menos de mi mundo. ¿Volvería a amar otra cosa tanto como la había amado a ella? Las llamas de mi incendio interior se alzaron dentro de mí y me susurraron que no.

—El Amante, La batalla del Fénix y el León.








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Prisioneros del truenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora