Corey
—Te extrañé, ¿sabes? —me dice en voz baja mientras mantenía su mirada en otro lugar que no fuera yo.
Con delicadeza, tomo el rostro de Soli y lo volteo despacio, para poder verla mejor. Últimamente había notado que toda aquella tristeza que siempre cargaban sus ojos mieles, poco a poco se desvanecía, y en realidad estaba más que feliz por saber que de una manera u otra, los chicos y yo, la ayudamos a cargar con su dolor de manera inconsciente, pero me atrevería a decir que el que más atribuyó con eso fui yo.
Y me sentía malditamente afortunado de haberle ayudado con sus cargas.
—Yo también, cariño. Con desesperación.
Ella me toma de la mano mientras comenzaba a caminar. Yo solamente me dejé guiar a donde ella quisiera. Pasamos un rato trazando la ruta, pero al llegar, realmente me quedé sin habla. A pesar de que esta ciudad fuera tan pequeña, este lugar es como si nadie pareciera conocerlo; y a lo que me contó ella, éste lugar era su escape cuando no podía más. Describiría el lugar como un pequeño prado, que estaba escondido detrás de unos viejos edificios, pero que aun siendo abandonado, la naturaleza luchó para mantenerse viva.
—Ven. Este es mi lugar, me gusta sentarme justamente aquí. Siéntate conmigo, ¿si? —me pide con sus ojos— Solo un rato...
—Todo el tiempo que quieras, bonita. —tomo asiento en el verde pasto y, sorprendente mente, ella se coloca entre mis piernas, recostando su cabeza en mi pecho, dejando que la brisa nos golpeara de frente.
Y conforme pasaban los segundos allí, más maravillado me encontraba por ella. Soli realmente no era alguien con una personalidad fácil de entender y lidiar, como la de Dan o Claire, sino que la suya era mucho más compleja. Ni siquiera Summer o Drew tenían una personalidad como la de ella.
Soli es alguien realmente especial. Es fuerte, tanto así como el tronco de un árbol, pero a la vez es tan frágil como el pétalo de una rosa. Y digo como el pétalo de ésta, porque me gustaba compararla con una.
Para muchas personas, con el paso de los años, se ha vuelto costumbre regalar rosas, solamente por el simple hecho que todos los demás lo hacían, pero no yo. Cuando mi padre murió, quedé a cargo de mi abuelo paterno la mayor parte del tiempo, junto con la compañía de otros primos, ya que mamá se encontraba trabajando de día y en veces de noche, aun así no necesitáramos tanto dinero; era su manera de hacer el dolor de nuestra pérdida un poco más soportable.
El abuelo Fred era de aquellos hombres que fue criado a la antigua y así le gustaba a él. Fue como me crio a mí y algunos otros primos. Nos repetía una y otra vez que una mujer debería ser tratada con delicadeza y amor, tal como si fueran una flor. Recuerdo como solía contarnos acerca de todas las aventuras que tuvo en su juventud y cómo en el camino conoció a su primer y última novia: la abuela.
Todavía tengo presente todo lo que me enseñó, y no pensaba desechar todos sus sabios consejos a la basura, más aun sabiendo que dio todo para que yo creciera siendo un caballero. Cuando murió, la abuela fue la que cuidó de mí, y la que a duras penas, trató de seguir enseñándome todo lo que al abuelo le faltó por enseñar. Pero de todos los consejos que me pudo haber dado, siempre mantengo conmigo el último, uno que solamente me dio a mí.
Apenas tenía catorce años cuando la vida decidió que era hora. Cierro mis ojos y el recuerdo viene a mí...
—Hijo, ven aquí. Quiero decirte algo antes que tu viejo se vaya. —dijo mientras tosía.
Yo, sin querer realmente aceptar aquel hecho, me acerco a él, reunido toda mi fuerza de voluntad para no quebrarme en el momento.
—Usted no se irá a ninguna parte, abuelo —niego con un nudo en la garganta, tratando de convencerme—. Se quedará muchos años más conmigo, platicándome una y otra vez las historias que ya sé de memoria.
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Hasta que la última rosa marchite | Corazones Rotos 1
RomancePrimer libro de la trilogía: Corazones rotos. ***** Huyendo de su pasado, una chica fuerte y decidida, buscando nuevas oportunidades se muda a Chicago, en donde una tormenta desastrosa cargada de sentimientos encontrados la llenará. Una tormenta her...