37.- Por el resto de mis días.

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Los segundos, minutos, días y semanas están pasando más rápido de lo que llegué a imaginar, y cuando menos pensé, Soli estaría a punto de cumplir dos meses y medio de embarazo en un par de días.

Cuando Soli tuvo su primer ecografía, le hicieron unas cuantas preguntas para poder saber cuánto llevaba embarazada, y según ella me había dicho, cuando tuvo la cita, tenía apenas un poco más del mes, o cinco semanas, como ella me había explicado.

No entendía el afán de decir "en unos días cumpliré diez semanas", cuando bien podía decir en su lugar que tenía dos meses y medio.

¿Es que era muy difícil? No lo entendía.

—¿Ya no hay yogurt? —pregunta saliendo de la cocina con el ceño fruncido y con el bote vacío de lo que ahora tanto exigía. Era lo único que podía comer sin miedo a regresarlo minutos después.

Cuando posé mi mirada en ella, mis labios se estiraron de inmediato, como si estuvieran programados para hacerlo cada vez que la veía. Su cabello caía por su espalda, despejando su rostro siempre sonrojado, exaltando sus bonitos ojos amielados y sus labios naturalmente rosas.

Es hermosa.

Dejo lo que hago y lo hago a un lado para levantarme e ir a su encuentro. Con cada paso que daba, el corazón se me aceleraba, mientras que ella, aún con el ceño fruncido me veía acercarme a ella. Cuando estoy a unos centímetros de Soli, tomo sus mejillas y le doy un rápido beso, para después agacharme y depositar otro en su vientre.

Ella se estremece cuando lo hago.

Su abdomen ya no estaba tan plano como antes, sino que una pequeña curvatura se había creado por el bebé. No era mucho, pero sí lo suficiente para notar la diferencia. Si cualquier otra persona que no supiera de su embarazo, la viera desde el costado, pensaría que solo está un poco "rellenita", pero sin embargo, ver su pequeño bulto me aceleró el corazón un poco más.

—¿Cómo estás, princesa? —susurro muy bajo contra la tela de su blusa.

Los chicos y yo ahora habíamos tomado la costumbre de hablarle al vientre de Soli, justo como lo había hecho Dan cuando se enteró que esperábamos un bebé. Todos les decíamos aunque sea unas palabras, porque según la madre de Dan le había dicho, así comenzaría a reconocer nuestras voces. Eso hizo él con sus hermanos, y mi bebé no iba a ser la excepción.

—Él bien, yo no —se queja haciendo un puchero con los labios. Mientras ella decía que era niño, yo seguía sintiendo que era nena—. Tengo hambre y este envase está vacío. Tu bebé exige yogurt.

Me río porque le echa la culpa a ella por todos los antojos que ha tenido últimamente, en los cuales Dan la ha acompañado fervientemente, ya que según él, también estaba antojadizo por diversas cosas, la mayoría siendo las mismas de Soli, aunque bien sabíamos que solo lo usaba de excusa para comer.

Y qué mejor que esta.

Ahora, cada vez que íbamos a cualquiera de la casa de los chicos, ambos iban directo al refrigerador para ver qué había para comer. Hasta había veces en las que Dan llegaba de la nada con comida para todos, en especial para Soli —a la que le comprada una ración extra—, la cual siempre recibía la comida gustosa.

Ese par era un desastre, aunque sabía que las cuidarán. Todos.

—Bueno, como ya sabes, Dan siempre hurta lo refrigeradores y yo escondí el último envase de yogurt para ustedes —le explico, haciendo mi camino hacia la cocina, buscando lo que quiere. Al encontrarlo, el rostro se le ilumina y me lo arrebata de las manos, sirviéndose un poco en un vaso que había sobre la mesa.

Hasta que la última rosa marchite | Corazones Rotos 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora