34.- Alergias y algo más...

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Corey

Estornudo por décima vez.

No podía estar otro minuto más aquí dentro, pero la fila de hoy era bastante larga y no tuve más remedio que esperar a que llegase mi turno. Impaciente y con la nariz picándome más y más con cada segundo que pasaba, miro a mi alrededor y asomo mi cabeza por un lado, viendo que todavía quedaban alrededor de diez personas por pagar delante de mí.

Estos serán los siguientes veinte minutos más torturantes de mi día.

Con mi mano derecha, alcanzo el cuello de mi camiseta y lo pongo por encima de mi nariz, tratando de crear una barrera de tela contra el ambiente que me rodeaba. Sin embargo, con la izquierda sostenía lo que tenía para mis chicas, sonriendo en cuanto posé mi mirada en ellas una vez más. Veinte minutos de tortura valdrían la pena para que, aunque una sonrisa diminuta dibujara ella en sus lindos labios de Soli.

El pensar en ella hizo que el tiempo pasara más rápido, y cuando menos lo esperé, ya era mi turno por pagar.

Usualmente, la que siempre estaba en la caja registradora era la señora Arthur, que siempre me hacía la misma pregunta: "¿Has de quererla mucho, eh?", estirando sus arrugados labios en una sonrisa soñadora. Y como ella siempre preguntaba lo mismo, mi respuesta, por consecuente, también era la misma. "Como no tiene una idea".

Pero ahora, por tercera vez consecutiva me había atendido una chica, asumía que era la nieta de la señora Arthur. Ella, al verme de nuevo, comprando lo mismo de siempre, alza una ceja, despectiva. Habíamos intercambiado una que otra palabra, pero nunca habíamos confesado nuestros nombres.

—¡Tú de nuevo! —exclama, forzando una sonrisa, mirando las rosas que llevaba en mis manos.

—Y tú de nuevo. —ahora era mi turno de sonreír, pero la mía siendo más natural.

Se queda callada unos segundos, esperando a que yo le tendiera las flores para envolverlas para mí, como usualmente lo hacían en esta floristería.

—Chico, o eres un mujeriego sin remedio, o realmente estás enamorado de una chica como para estarle regalando tantas rosas. —dice con burla, un poco irritada.

Se veía que no le caía tan bien.

Me río con su comentario, porque al parecer, no pudo contenerse, y a decir verdad, creo que estando en su lugar, también querría hacerme la misma pregunta.

Pero a diferencia de ella, yo me guardaría el comentario. No era de su incumbencia, pero si hubiera sido más amable, tal vez hubiera respondido su incógnita.

—Bueno, eso a ti no debería importarte, ¿verdad? —Le sonrío, ahora sí forzando esta misma— Mientras yo compre aquí, todo está bien para ti, ¿cierto? —eso logra que la sonrisa altanera que llevaba en su rostro se borre de golpe. Se aclara la garganta y asiente una vez—. En fin, aquí está el dinero. Que tengas un lindo día.

Doy media vuelta y hago mi camino entre las personas que faltaban por ser atendidas. Detrás de mí escucho en suave "igualmente" que asumí, vino de la chica que me atendió hace un par de segundos atrás.

Otro estornudo se escapa de mi nariz antes de salir de la floristería. Tallo con fervor mi nariz, intentando que la picazón se fuera, pero no estaba funcionando del todo. Creo que había pasado tiempo dentro de este lugar porque los ojos comenzaban a escocerme y la piel de mis manos ya comenzaba a verse irritada. Ahora es turno de tallar mis ojos con la tela de mi camiseta.

De vuelta a casa, las molestias se hacían más frecuentes pero no quise prestarle mucha atención, tenía pastillas para controlar las malditas alergias.

Hasta que la última rosa marchite | Corazones Rotos 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora