38.- Hasta que la última rosa marchite.

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Llorar.

Llorar era lo único que quería hacer justo ahora; no tenía algo mejor que hacer, o mejor dicho, no sabía qué hacer o cómo reaccionar ante lo que estaba sucediendo ante mis ojos.

Mi respiración estaba agitada demás, la vista se me nubló por las lágrimas que estaban acumuladas en mis ojos, mientras que con mis manos tapaba mi boca para detener cualquier sollozo que quisiera escaparse de mi garganta.

Sentía que justo en este momento, éramos solo Corey y yo, sin nadie más en la habitación, porque solo podía verlo a él. Se encontraba hincado sobre una rodilla, con sus temblorosas manos sosteniendo la caja que revelaba el anillo tan inigualablemente hermoso que podía haber visto jamás.

Sabía ya desde hace horas que algo tenían entre manos, y de todas las posibles cosas que pude haber imaginado, esta nunca se atrevió en hacer acto de presencia en mi cabeza, porque, ¿cómo? No sé, no lo entendía. En realidad que no sabía cómo él podía proponerme matrimonio cuando apenas llevamos tan poco saliendo, ignorando el hecho que ambos esperábamos un bebé.

Sabía que Corey no me estaba proponiendo matrimonio por el mero hecho que sería padre; o eso quería creer, porque yo quería que él se casara conmigo por amor, no por compromiso. Mi cabeza estaba confusa sobre aquel hecho, porque mi cerebro decía que no, que era muy temprano como para casarse a tan temprana edad, pero los gritos eufóricos de mi latente corazón sobrepasaban los argumentos que me daba mi cerebro, mientras que éste gritaba "¡Lo amas! ¡Dile que sí y cásate con él!"

Era una batalla que estaba terca en seguir luchando aunque bien sabía cuál bando había ganado ya.

Sabía que si le decía que no, sería el error más grande que pudiera cometer en toda mi jodida vida, también el más doloroso porque significaba perderlo. Yo sentía tanto, que pasar el resto de mi vida con él sonaba como mi propio cielo aquí en la tierra.

Se había convertido en el amor más grande en toda mi vida. El primero y único, porque tenía presente que nunca jamás podría sentir lo mismo por otro hombre.

Y mi cabeza, aún luchando por ganar la batalla perdida, seguía dándome argumentos que ahora mismo no tenían lógica, o que solo no quería escuchar.

A la mierda el miedo de salir con el corazón roto. Si lo rompía él, no me importaría en absoluto.

Ahora quería hacerle caso a mi corazón, y éste me decía que le dijera que sí, que me lanzara a sus brazos, le plantara un beso en los labios y le dijera que lo amaba. Porque realmente lo hacía.

Limpio con las yemas de mis dedos las lágrimas que se habían escapado y esbozo, tal vez, la sonrisa más grande que pude haber compartido jamás mientras sollozaba de alegría.

—¿Hablas en serio, Corey? —y ahí voy, queriendo corroborar que esto no era una jugada de mi mente, haciéndole una pregunta tan estúpida como esa.

A él le brillan los ojos. Sonríe para mí.

—Tan real como lo que siento por ti.

Se le escapa una lágrima la cual no se molesta en limpiar.

Entonces recuerdo que él y yo no éramos los únicos en la habitación y barro mis ojos rápidamente sobre todos los que se encontraban aquí, con nosotros. Las chicas —en especial Claire— estaban sollozando junto a mí, mientras que los chicos tenían los ojos rojos, mirando con atención la escena que habíamos formado. La madre de Corey estaba temblando. Imagino que era de la nostalgia que le provocaba estar en el momento.

Poso mis ojos sobre Drew, y él lo nota, porque me mira y asiente una vez, intentando formar una sonrisa. Inconsciente buscaba su opinión, o aprobación, pero era lógica la respuesta que él me daría, así como cualquier otra persona que se encontraba presente.

Hasta que la última rosa marchite | Corazones Rotos 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora