Miro el WhatsApp una vez más, y sonrío al releer el mensaje de Beka en el grupo.¿Qué mejor excusa para vernos que un cumpleaños? Además, desde la fiesta sorpresa no habíamos vuelvo a quedar: Beka —auxiliada de cerca por Javi— supuestamente está excesivamente ocupada con el nuevo vídeo que, según ella, va a ser un arrase en las redes; Vanessa está terminando el máster en psicología clínica, motivo por el que está más desaparecida que de costumbre; Íñigo nadie sabe dónde —o con quién— se encuentra nunca; Cris, según él, excesivamente ocupado entre tanto papeleo; mientras que Adrián estará adentrándose día y noche en Shambala o San Andrés. ¿Y yo? La mar de feliz en mi casa, tranquila. Sin vida social, sin obligaciones, con una única tarea en mente: pasar olímpicamente de Joaquín.
Durante estos días creo que pudieron llegarme cuarenta mensajes —sin exagerar—, cuatro llamadas y dos visitas —que ignoré correctamente—.
Puedo afirmar que me vi temporada y media de New Girl en Netflix en un par de días, acompañado de su buen bol de palomitas y helado de chocolate. ¡Esto sí que es vida!
Pero hoy es el día de triunfar.
Me miro en el espejo y no puedo evitar sonreír. Últimamente me veo guapa con todo, tal vez sea la felicidad. Mi madre siempre decía que una mujer feliz, es la más bella, por muy poco maquillaje o muy mal peinada que esté. Y estoy empezando a pensar que tal vez tiene razón.
Me recoloco bien el pelo, que esta vez me había decantado por rizar con las tenacillas. Después de dos horas el resultado me parece bastante aceptable. Además me animo a ponerme el otro vestido que había comprado en Barcelona. Esta vez es un poco más largo, por lo que se complementa con su respectivo escote: es de color negro, y no es nada ajustado. Pero me chifla. Es mucho más elegante.
Miro el móvil y me doy cuenta de que solo me quedan diez minutos para llegar.
Noto una vibración y, convencida de que será un mensaje del grupo, lo abro sin fijarme en nada más.
«¿Te paso a recoger?»
En ese momento siento una fuerte punzada en el estómago, y es ahí cuando me fijo en el remitente: Cristian.
Suspiro, me encantaría. Llegaré con el tiempo justo, pero no puedo.
¿Por qué Andrea? ¿No pensabas seguir con tu vida exactamente igual? Dios, ¡eres patética!
Lo dejo en visto mientras termino de agarrar todas mis cosas, salgo de casa y, con toda la voluntad que logro reunir, le miento:
«No hace falta, ya estoy llegando»
Oh, Dios. A este paso me terminaré convirtiendo en una puta mentirosa patológica. No quiero mentir, y muchísimo menos a él. Pero tampoco quiero tenerlo cerca.
Al observar una vez más el reloj en mi móvil me decido por pedir un taxi. Caminando, y sobre todo con estos tacones, no llegaría ni en dos horas.
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No importa que llueva
ChickLit«Seamos amigos» recuerdo sus palabras a los cinco años y sí, en ese momento comenzó nuestra tonta relación infantil, que con los años solo se fue perfeccionando. Juntos para todo, inseparables. En eso nos terminamos convirtiendo. Por mucho que lo...