32. Demasiada dosis de ti para un solo día

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Tintineo los dedos con desesperación en la barandilla del paseo

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Tintineo los dedos con desesperación en la barandilla del paseo. No sé si será cosa de los nervios, o de qué detesto esperar... ¡pero estoy comenzando a volverme loca! Miro hacia uno y otro lado, pero no logro localizar al idiota de Cris. 

Saco el móvil del bolsillo y releo una vez más su mensaje para asegurarme de que, efectivamente, quedamos aquí.

En ese momento me percato de que tengo varias notificaciones de la conversación de grupo, y entro más que nada por hacer tiempo. Beka propone ir a cenar algo ligerito a la tapería que tienen debajo del hotel, justo al lado de la playa. Me flipa ese sitio, y prometo que como el idiota de Cris tarde más de cinco minutos les diré que sí y lo mandaré a freír espárragos. Todos parecen añadirse al plan excepto Vane y Cris, que no responden.

Empiezo a sentir retortijones por todo el cuerpo y unas ganas terribles de gritar. Muevo los pies de forma incansable como si tuviera frío —a pesar de que debemos de estar a unos veintisiete grados—, y me desespero.

Siento la mirada de varias personas sobre mí, supongo que no comprendiendo el motivo por el que no paro quieta un segundo, pero paso de ellos. Me giro y vuelvo a poner la vista sobre la playa. Desde ahí se ve el puente que une ambos lados del pueblo —donde se encuentran alojados mis amigos—, aunque suele mejorar cuando más se acerca la noche. El alumbrado hace que parezca totalmente espectacular. Me encanta este lugar.

La imagen del mar consigue relajarme escasamente, ya que en cuestión de segundos una nueva vibración me alerta. Vuelvo la vista al móvil y me doy cuenta de que es un mensaje de Beka en el que, directamente, nos etiqueta a los tres que faltamos por unirnos. Clavo la vista durante escasos segundos, dudando si responder o no, cuando siento un brazo rodearme la cintura.

—Pensé que ibas a venir sin arreglar. —Me quedo en blanco cuando lo escucho. Bloqueo el móvil y permanezco estática durante escasos segundos, pensando en mi siguiente movimiento—. Estás preciosa, Andy —murmura, muy cerca de mí. Siento su aliento sobre mi oreja y aprovecho la ocasión para propinarle un golpe en el estómago con el codo, con toda la mala leche que conseguí reunir durante todo ese rato plantada.

—¿Te parecen horas de llegar? —pregunto, girándome hacia él con cabreo.

Veo como se acaricia el estómago y me hace un gesto para que le deje un segundo, pero paso. Me giro de nuevo y comienzo a caminar —con toda la rapidez que me permiten los estúpidos tacones que había decidido ponerme esa noche— hacia la maldita tapería donde todos mis amigos piensan cenar. Paso de él. ¡Me voy de copas con ellos!

—Joder, Andrea —protesta, intentando alcanzarme—. ¿Qué diablos te pasa?

—Te dije que como no estuvieras a las nueve en punto yo... —Me quedo callada cuando observo la hora en su reloj de pulsera. Desbloqueo con rapidez mi teléfono móvil y me doy cuenta de que tiene razón... ¡Mierda!

No importa que lluevaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora