Epílogo

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El vestido no me deja respirar, los zapatos que el protocolo dicta como correctos para una boda impiden que la sangre me llegue al cerebro, y por si todo eso fuera poco, el recogido tan bonito que llevo en la cabeza está impidiendo que las ideas b...

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El vestido no me deja respirar, los zapatos que el protocolo dicta como correctos para una boda impiden que la sangre me llegue al cerebro, y por si todo eso fuera poco, el recogido tan bonito que llevo en la cabeza está impidiendo que las ideas broten de ella al ritmo que acostumbran. En lo único que consigo pensar es en agarrar el nido de pájaros que llevo sobre la cabeza y tirar de él con todas las fuerzas que mi dolor de pies me permite, hasta que todas y cada una de las horquillas que llevo en él vuelen y le den de lleno al novio en la cabeza, que lleva media hora poniéndome de los nervios.

Tal vez un golpecito con las trescientas veintidós horquillas que Marica me puso para que el peinado no se moviera —juro que no exagero, las conté antes de que terminaran enredadas en mi antiguo sedoso pelo, actual nido de pájaros—, le ayude a dejar de decir tonterías tales como: «¿cuál es la siguiente boda?» y cosas semejantes.

Juro que hasta ahora mismo el único problema era el que, de seguir por ese camino, terminará en mi lista de examigos... Hasta ahora mismo. Ahora tengo un problema mucho más importante que ese. Incluso supera a mi dolor de pies, mi ansia por respirar fuera de este vestido y de arrancarme el pelo a mechones.

Siento la mirada de todos y cada uno de los presentes sobre mí, tal cual como en el cole, cuando te chivas de que tu compañera de al lado le pasó las preguntas al de atrás. Todos me miran, unas con envidia, otras con deseo. Ellos simplemente me miran con indiferencia, porque les da igual. Incluso puedo apreciar el gesto de relajo de Íñigo en el rostro. Lo salve a él, sí, pero me jodí yo. ¡Pero bien jodida, además!

—Uy, Cris. Te toca ser el siguiente —murmura Oliver por lo bajo, aunque al estar todo en silencio se escucha como un estruendo por todo el local.

Cierro los ojos intentando controlar mis ganas de arrancar cabezas. Trago saliva. Maldigo mi suerte. Vuelvo a querer arrancarme el recogido que me impide pensar. Resoplo. Miro el ramo que tengo entre manos y sonrío con la mayor falsedad del mundo.

Entre todas, ¿me tuvo que tocar a mí? ¡Agg!

—«Y el anillo pa' cuando» —canturrea Beka, acercándose a Cris con guasa. Le da un pequeño codazo, y en ese momento hago el gesto que estuve intentando reprimir todo el rato sin darme cuenta: lo miro a él.

Le sonríe a Beka y mueve la cabeza de un lado a otro, aunque lo hace con esa guasa innata que él tiene. ¡No lo está haciendo en serio! Si me lo preguntaran a mí negaría con energía, les diría que están mal de la cabeza y me reiría a carcajada limpia por el solo hecho de planteármelo... ¡pero él no!

Nunca lo hablamos. ¿Acaso hacía falta? Un año y dos meses de relación, y más de veinte años de amistad. Nos conocemos de sobra... o eso creía yo. No quiero casarme, mi sueño no es vestirme de blanco y vivir rodeada de retoños. Me parece perfecto que las demás piensen así, que sueñen con su boda y todas esas pamplinas, pero no es mi caso.

Siento una presión horrible en la boca del estómago y unas ganas horribles de echarme a llorar. Me controlo por evitar que el rímel se me corra por la cara. ¡Ya sería lo único que me faltaba!, encima parecer un puto zombie.

No importa que lluevaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora