16. ¿Será que tiene una sonrisa especial para mí?

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Odio hacer limpieza, confieso que no hay peor castigo que obligarme a hacerlo

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Odio hacer limpieza, confieso que no hay peor castigo que obligarme a hacerlo.

Saco la ropa de la quinta lavadora del día y me apresuro a meterlo todo en la secadora. Por la hora que es no me queda mucho más remedio.

Chasqueo la lengua, observando el resultado de mi trabajo con una gran sonrisa. Me dejo caer en el sofá totalmente agotada, es posible que haya adelgazado diez kilos con tanto esfuerzo, aunque todo tiene su recompensa. ¡Tengo la casa como los chorros del oro!

Realmente no había pensado en esto cuando le dejé mis llaves a Valentina. Sé que tal vez estoy exagerando pero... no quiero fluidos innecesarios en mi casa, gracias.

Miro el reloj en mi teléfono móvil, y me percato de que tengo varias notificaciones en el WhatsApp. No quiero abrirlas, pero me tienta no poder ver quiénes son los destinatarios en la barra de notificaciones, así que lo hago.

Como siempre, uno es de Joaquín y, con la cabeza fría de siempre también, lo elimino sin abrirlo. ¡Anda y que le den!

Quince son del grupo de amigos locos; y dos son de Cristian. Suspiro, no quiero hablar con él. Desde esta mañana me había negado rotundamente a hablar con él. El viaje fue de lo más tranquilo, ya que por suerte ninguno de los dos queríamos sacar a colación el beso, así que nos pasamos todo el camino el silencio; tan pronto llegamos a tierra yo decidí coger mi propio taxi, y tampoco es que me haya puesto mucho problema. Creo que estaba tan deseoso de que nos separáramos como yo.

Dicen que no es bueno negarse los hechos, pero estoy convencida de que en algún momento todo se nos olvidará y podremos volver a ser los amigos de siempre. Mejor no darle más vueltas al asunto.

Pego un bote al darme cuenta de que faltan cinco minutos para las ocho y, con ello, comienza el partido entre el Unicaja y el Obradoiro. Me confieso muy fan del baloncesto, creo que podría ver cualquier partido. De pequeña me grababa incluso los partidos de la NBA en el viejo VHS de mis padres. Con los años, y el poco tiempo que me queda durante el día, eso había cambiado. Pero mi obsesión por el deporte no, desde luego.

Jamás de los jamases se me pasaría por la cabeza cenar a esta hora, pero con todo el ajetreo del día me había olvidado por completo de comer. Siento como me crujen las tripas y me acerco a la cocina con rapidez: necesito algo rápido y sencillo. Miro la alacena y me doy cuenta de que necesito una buena dosis de compras. Suelto un bufido antes de alargar la mano y capturar el teléfono móvil: entro en la aplicación de TelePizza y me pido una carbonara mediana. Me dice la bendita aplicación que en menos de quince minutos la tendré en casa. ¡Genial!

Escucho como el partido acaba de comenzar. Maldita sea, me perderé el principio por idiota.

Siento un pequeño golpe en la puerta. ¿Mi pizza, ya? Abro la puerta, dibujando una sonrisa de cordialidad que consiga que el pobre repartidor no se percate del hambre voraz que me consume, pero me sorprendo al encontrarme con el rostro de Cristian. Sonrío, sonrío todo lo que el rostro me lo permite, con una falsedad muy poco propia en mí. Fingir me está empezando a resultar un maldito vicio.

No importa que lluevaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora