9. Soy más hombre que mujer. ¡Lo reconozco!

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Después de mucha insistencia, acepto que Natalia me venga a buscar al hotel. Me intento poner pesada, diciéndole que también me puedo pillar un taxi, o tal vez ir en bus o algún otro transporte público, pero se niega en su totalidad.

Sonrío cuando la veo bajar de un Opel Astra de los nuevos, ¡me chiflan! Vale, lo acepto desde ya: soy muy fan de los coches por regla general.

—¡Bellezón! —me dice, tan pronto me ve. Me obliga a que dé un par de vueltas sobre mí misma y me río, me río de felicidad como hacía mucho que no lo hacía.

Nos damos dos besos y se sienta en el asiento del piloto.

—Tienes mucho que contarme, nena —le digo, agenciándome el asiento delantero del vehículo.

Acepta y pone música. Castañeo las uñas en el tirador de la puerta, mientras la voz de Amaia Montero se hace con el vehículo.

Si tú no sabes nada de mí
Ni dónde, ni con quién, ni cuándo
Si cuelgo a Dios o al diablo en la pared.
A qué me atreví, lo que nunca haré
¿A cuánto vendes tú la verdad?
¿Quién te dio vela en este entierro?

Cantamos las dos a voz de grito. Sonrío girándome hacia ella. Me alegra saber que las cosas no cambiaron tanto desde que no la veo.

Nos reímos y cantamos durante el resto del viaje. Adoro a esta chica.

Tan pronto llegamos veo como introduce el coche en un parking.

—Te encantará este sitio —exclama sonriente.

Miro hacia todos lados. Me dice que estamos en la plaza de Cataluña, y que el bar al que vamos es de su prometido, Berto.

Guau. Se quedaba corta. ¡El sitio es espectacular! Una gran cristalera rodea la cafetería. Al entrar lo primero que llama mi atención es el juego de tonos: rojo y blanco. Me apasiona.

Nos sentamos en una de las mesas más alejadas, en algo que parece un espacio vip o algo así, y esperamos a que nos vengan a tomar nota.

Me pasa una carta y me quedo pasmada al descubrir la cantidad de cócteles diferentes que hay. ¡Alucino en colorines!

—¿Qué os pongo? —Escucho una voz detrás de mí y pego un brinco. Natalia se ríe de mí la muy bruja, ¡bien podía haberme avisado!

—Yo quiero un Mai Tai, y Andrea... —Me giro hacia atrás, fijando la vista en el chico.

Vaya... ¡Que ojazos! Noto como las piernas me flaquean un poco, sobre todo cuando siento su mirada sobre la mía. ¡Vaya hombre!

Creo que pedir una Coca-cola será quedar demasiado mal ante él, sobre todo después del pedido de Nati, así que vuelvo momentáneamente la vista sobre la carta y me fijo en el nombre que más capta mi atención.

No importa que lluevaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora