Capítulo 10

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Me hubiera duchado con él; hubiéramos podido rubricar esta primera vez nuestra con un segundo asalto, pero he intuido que Jamîl prefería tener algo de intimidad. Cuando ha acabado, entro yo y hago uso de mi turno. Con el agua cayendo sobre mi cabeza, me doy cuenta de que estoy cantando una canción de Madonna en voz alta y enmudezco al pensar en lo ridículo que debo sonar. Estoy acostumbrado a vivir sin la presencia de nadie más en la casa y eso va a ser distinto durante un tiempo.

Me he traído el pijama más sexy que tengo, ya que en esta primera noche juntos pienso tirármelo unas cuantas veces más. Para mañana quiero saberme su cuerpo de memoria.

Eso sí, tengo que hacer recuento de condones. Creo que sólo me quedan tres. A decir verdad, no pensaba que fuéramos a empezar tan pronto a tener sexo, pero al venir desnudo y mojado al salón ha sido como si me lo pidiera a gritos. ¡Él se lo ha buscado!

Desde el pasillo escucho ruidos en la cocina y me aproximo hacia allí silbando feliz. Ha hecho cena. Hay dos platos en la mesa; contienen una masa blanca con algo verde dentro y espolvoreado con alguna clase de polvillo. —Hola.

—Hola Bruno. Son raitas. ¿Comes conmigo, por favor?

—Raitas... ¿Qué es eso? —pregunto con precaución, sentándome y revolviendo un poco aquello. No tiene mala pinta, la verdad. Es como un revuelto de... algo con algo.

—Suele tomarse como postre o ensalada. Querría haber hecho otra cosa, pero no he encontrado ingredientes adecuados.

—A ver. —Uso la cuchara y el tenedor para coger un poco y lo pruebo. Es... curioso. No puedo decir que esté bueno, ni malo, ya que no tengo ni idea de lo que es y no estoy acostumbrado a estas mezclas. —¿Qué contiene?

—Yogurt, pepino, sal, pimienta, pasas y especias. Aunque el yogurt no era el adecuado y me han faltado algunos ingredientes, lo siento. Mañana iré a comprar para poder hacer comidas completas y correctas. —Vuelve a colocarse el puño ante la boca y tose.

Miro extrañado el contenido de mi siguiente cuchara. Pepino... ¡así que era eso! A saber qué especias le habrá puesto. Me lo como un poco obligado pero, conforme voy paladeándolo, me acostumbro al sabor de la mezcla y podría darle el aprobado.

Aun así, me parece poca cosa para lo que estoy acostumbrado a cenar y le pido que espere mientras hago un par de sándwiches de pan de molde con queso, chorizo y algo de aceite. Él mira muy interesado lo que hago.

—Pruébalo.

—Vale. —Le da un bocado y frunce el ceño. Masca lentamente y yo diría que no le agrada demasiado, pero al final asiente: —Parece tener alimento. Si quieres, me enseñarás a hacerte las comidas que te gustan.

—Ummm... —Sólo de imaginarle haciéndome la clase de "comida" que quiero que me haga me da un brinco la entrepierna. —Vale, sí, ya iremos enseñándonos recetas mutuamente.

Se me ocurre entonces que quizá este chico siga las normas musulmanas y no coma cerdo, o vaca, o vete tú a saber qué... No le he preguntado por sus creencias aún, pero puesto que se ha comido ya el chorizo, mejor no le digo de dónde proviene.

—Oye, he observado que toses de vez en cuando. ¿Estás bien?

—Estoy bien. —Tose de nuevo como si quisiera corroborar mi observación.

—Pero, ¿por qué lo haces? Es decir, sé que no fumas pero, ¿fumaste antes?

—No fumé. Es malo para el cuerpo, y caro; en mi antiguo país no es usual. La buena gente dice que nada de alcohol, nada de tabaco... nada que dañe el cuerpo.

InevitableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora