Capítulo 22

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Lo de disfrutar de mi padre no sale como hubiera deseado. Estoy bastante tiempo con él, pero no me llega a ser agradable (aunque él también pone de su parte para recuperar el tiempo perdido), sobre todo porque mi mente está en otra parte: Jamîl.

Apenas puedo pasar tiempo con mi indio y, cuando consigo un rato con él, mi padre está delante y hemos de disimular nuestra felicidad (cosa que tan solo nubla más la mía, pues sé que justamente eso es lo que me pierdo por no poder arreglar nuestro tonto enfado).

Por fin ese viernes, cuando mi padre se ha ido a comer con unos amigos recibo la maravillosa sorpresa de que mi prometido vuelve a casa a la hora de comer, saltándose incluso la hora del servicio de mañana en el bar.

<< ¡Hola! ¡Qué bien! ¡Has vuelto! Quiero lamerte, y olerte, y... ¡acaríciame, cojones! >>

Yo (todo hay que decirlo) me estaba jaleando la vara viendo algunos vídeos en internet, así que recompongo como puedo mi ropa conforme se acerca por el pasillo seguido de Hércules y le recibo entre abochornado y sudoroso, con una sonrisa algo forzada.

—¡Jamîl! ¿Cómo tú por aquí, a estas horas?

—Hola. —Se queda de pie ante la entrada del salón. Parece incómodo, apoyando su peso primero en un pie y luego en otro, como si dudase algo. —Ya no tendré que volver a la cantina. He cambiado de trabajo.

—¿Qué? ¿Cómo? —¡A ver, Bruno! Céntrate, que tu indio te está hablando directamente por primera vez desde hace días. —¡Ven, ven aquí! —doy palmaditas en el sofá y yo también me siento. Me alivia ver que se acerca. —Cuéntamelo.

—Bueno. —Tras tomar asiento, el adonis que vive en mi casa comenta: —Este lunes llegó a mi apartado de correos la convalidación desde la embajada para mis estudios como diseñador. Me he estado esforzando mucho, yendo a agencias y sitios de ropa, enterándome... y me han cogido. —Abro mucho la boca, tanto por la sorpresa como por la alegría.

—¿Vas a ser diseñador?

—Casi —suspira y compone una mueca de circunstancia—. En mi búsqueda pasé por InovateS, una agencia de modelos que planifica desfiles, anuncios y cosas así, y les gustaron mucho mis diseños. El director dijo que yo tenía una creatividad subl... ¿sublime? y sorprendente, y que me esperaba un gran futuro en esa rama.

—¡Les gustó! Normal, si lo poquito que he visto de tu trabajo ya demuestra un gusto y originalidad impresionantes.

—Gracias, Bruno; significa mucho viniendo de ti —Me derrito ante su sonrisa—, pero sin papeles no puedo trabajar en una empresa así de seria.

—Mierda.

—Además que los diseñadores necesitan contactos, conocer el mundillo y todo eso. Yo carezco de cualquier experiencia real en el sector.

—Menuda mierda... —repito—. ¿Entonces? ¿Qué es eso del nuevo trabajo?

—Les dije que en un par de semanas me casaba y que entonces tendría la ciudadanía por matrimonio. El director pareció encantado y me dijo que quería contar conmigo en su empresa.

—¿Contar contigo? ¿Tanto le has gustado? ¿Cómo es eso?

—Creo que a mí no me hubieran recibido directamente, pero Mario lleva la comida del cátering a las instalaciones y conoce a gente dentro. Me consiguió una entrevista con el director, el cual me envió a que me hiciera una audiencia el de personal con su recomendación expresa.

—¡Ah! Mario... el gitano transportista casado y con dos hijas.

—¡Sí! ¿Le recuerdas? Bien.

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