Tardo siete días más en quedar de nuevo con Damián en el bar de siempre para charrar un buen rato antes de irnos juntos a casa para darle unos tutes al último Grand Theft Auto comiendo unas pizzas. ¡Plan de solteros!
—Pues yo te veo un poco chafado —repite de nuevo—. ¿Eh, que no? ¿Me cuentas qué te pasa? Porque tu vídeo lo tienes liquidado ya. Esta noche te lo dejo niquelao y mañana lo tienes subido.
—No es nada.
—Sí, ¿no? ¿Tengo que usar el sacacorchos para que lo sueltes? Bruuuuno, no seas pelma y cuéntame, que soy yo.
Le observo fijamente durante unos segundos planteándome cuán sincero puedo ser con él. Somos amigos, confío en él por completo, pero hay temas en la vida cuya visión no compartimos y este es uno de ellos. Desde que a Damián le partió el corazón una mujerzuela que le puso los cuernos, se ha tornado de un misógino insoportable; ve a las mujeres como objetos sexuales a quienes seducir, usar y tirar, y no se fía de ninguna.
Puesto que su novia le engañó con uno de sus mejores amigos (yo no, obviamente) tampoco confía ya en los tíos. Soy uno de los pocos que se ha salvado de la criba que ha hecho con sus amistades porque no soy ni una tía a quien usar, ni tampoco un hétero cabrón que pueda querer jugársela. Yo no veo la vida de esa manera tan fría, aunque en el amor me haya ido igual de mal que a él. Aun así, decido dar una oportunidad a la conversación.
—A ver, me siento un poco solo.
—¡No, tío! Te costó cuatro meses quitarte de encima la tontería de lo de Isaac; e incluso ahora sois amigos y no hay mal rollo; o no demasiado.
—¡Que va!—Niego rotundamente. —Yo ya paso de Isaac. Él se lo buscó: eligió su trabajo como traductor por Europa antes que estar conmigo, y casi mejor así. Odiaría ser el responsable de que alguien pierda su trabajo por mí y luego me lo eche en cara.
—Sí, ¿no?
—Lo que me pasa es justo lo que te he dicho: me siento solo. ¿No te pasa a ti a veces? Te levantas un día cualquiera, tu cama está vacía y te pasas horas sin apenas ver a nadie; sin abrazos, besos o que te digan algo bonito.
—Bruno, no seas moñas. ¡Es una gozada tener toda la cama para uno! Duermo mucho mejor así, y seguro que tú también. —En eso tiene razón. Cuando he dormido junto a alguien, me he pasado la noche dando vueltas. —Y paso de que ninguna calientapollas venga a decirme piropos. Si quiero, me desnudo delante del espejo y me digo yo mismo lo bueno que estoy, ¡y ya!
—Te quieres mucho, tú.—Tengo que reírme ante su ocurrencia.
—Ya sé lo que te pasa. ¿Hace cuánto que no follas?
—No es eso.—Le levanto el dedo corazón como respuesta.
—¿No me dijiste que tú tenías éxito? ¿Que en el mundo gay, si quieres follar, sólo tienes que meterte en cualquier chat de contactos y en media hora tienes a alguien llamando a tu puerta para echarte un buen polvo? Es como... "telepolla", ¡pero gratis! Ya me gustaría a mí que en el mundo hétero lo tuviéramos tan fácil sin pagar.
—A ver, tampoco es tan, tan fácil con los gays...
—Pues pincharte a una en la primera cita es súper jodido, y te tienes que gastar la semanada en copas y deshacerte en cumplidos y frases originales. ¿Por qué se harán tanto las estrechas, si luego todas son tan putas?
Suspiro ante su diatriba. Si no fuera porque sé que su misoginia proviene por el dolor de un reciente desengaño me tomaría a mal esa animadversión por las mujeres; pero paso de perder a uno de mis mejores amigos a causa de una tontería pasajera.
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Inevitable
RomanceLa constante mediocridad de la vida de Bruno se ve agitada ante la más sorprendente petición recibida desde un completo desconocido llamado Ahmed: casarse por dinero. Bruno nunca hubiera aceptado, pero las circunstancias que le rodean le obligan a...