Capítulo 29

316 59 37
                                        


Describir mi vida sin Jamîl durante los siguientes dos meses es muy difícil; en gran parte porque pasó como un borrón de niebla oscura, como una nube de tormenta descargando rayos en cada uno de mis pensamientos y sentimientos; pero también porque no fui capaz de ocuparme de nada más que de mi propia pena. Lo único que hice fue sobrevivir para sufrir.

Hablar de esos momentos en tiempo presente sería avanzar demasiado lento por la época de mi vida más horrible que recuerdo, de manera que prefiero narrar su resumen en pasado, ahora que ha quedado atrás lo más desagradable. Aquí voy, y así fueron aquellos momentos.

Medité, pensé mucho, pero daba la impresión de que me encontraba subido a un péndulo de emociones. En un lado tenía mi propio mundo hecho pedazos, mi vida destrozada, mi corazón roto, mi ánimo pisoteado... No podía parar de buscar cuál había sido mi fallo, qué dije o no dije para ahuyentarle, que hice o no hice para desenamorarle; porque de eso estaba seguro: en algún momento, Jamîl había estado enamorado de mí. Y eso era lo peor, saber que lo había tenido comiendo de mi mano, que podía haberlo tenido todo y que la había pifiado.

En el otro lado (y siento mucho decirlo, pero así es) mis lamentos pasaban a tornarse en oscuros impulsos de rencor, celos y envidia. Le maldecía, deseaba que cogiera una ETS, que le rompieran el corazón, que le sucedieran accidentes, que perdiera su empleo, que le deportasen... Pero luego me imaginaba a mi caramelito sufriendo esas desgracias y me sentía aún más culpable por haberlo siquiera pensado, y el péndulo volvía a cambiar de sentido.

Lo peor eran las preguntas, las incógnitas. ¿Estaría ahora Jamîl follándose ricamente a ese gitano guapetón? ¿Se pondrían condón, o harían uso de los análisis que yo me preocupé en realizar para preñarse el uno al otro y establecer lazos tan fuertes que nada podría romper nunca? ¿Realmente, me había utilizado, sabiendo que yo terminaría enganchado a tope de su persona, para luego dejarme destruido? ¿Me había engañado, saltándose flagrantemente nuestro acuerdo al enrollarse con Mario en el mismo día de nuestra boda? ¿Había sido yo realmente quien había propiciado el que no estuviéramos juntos, o era él quien se enfadaba y se alejaba de mí demasiado rápido, en cuanto yo sufría algunos comprensibles celos o le hacía alguna benévola sugerencia sobre su comportamiento? ¿Acaso mis peticiones no habían sido siempre para su propio bien, para que su boda y sus papeles llegasen a buen término, para que su vida estuviera bien encarrilada?

Yo intentaba quedarme en el punto de vista más neutro, en donde ni uno ni otro éramos culpables, pero nunca lo conseguía. A veces llegué a creer que odiarle era la única manera de poder salir a flote, pero... el muy hijo de puta se las había arreglado para ser adorable incluso en el momento de romper conmigo; pidió perdón, dio la cara, me lo explicó todo, me dio sus razones para que entendiera que no me había engañado o traicionado ni se había aprovechado de mí...

Con Isaac me sentí despreciado y minusvalorado, le odié y me hizo daño, pero aquello no fue nada comparado con esto.

Miraba las fotos de Jamîl en mi móvil al menos veinte veces al día, y aquel primer vídeo que se hizo para mí (tocándose) seguía proporcionándome muy placenteros (y dolorosos) orgasmos. Cuando ponía la radio, las canciones eran siempre de desamor, de dolor, de pérdida. Incluso las melodías que antes me parecían agradables y me llenaban energía para vivir, ahora tenían matices de candente sufrimiento que no había percibido hasta ahora, y cada poco terminaba lloriqueando a moco tendido, pateando los muebles o gritando «¡Hijo de puta! ¡Cómo has podido hacerme esto!» y cosas similares.

Precisamente, Doña Asun llamó a la policía un par de veces al creer que me estaban agrediendo debido a mis solitarios exabruptos. Tengo que dar gracias porque este asunto no trascendiera ya que, cuando llegaban los agentes y tocaban a mi puerta, no me cortaba un pelo y les explicaba entre sollozos que el amor de mi vida me había abandonado justo el día después de mi boda. Ellos se iban mirándome con condescendencia y aconsejándome psicólogos, tilas, valerianas, drogas antidepresivas y demás remedios.

InevitableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora