Aunque la celebración planeada era una simple comida tras casarnos, la velada se extiende hasta más allá de la hora de la merienda; en ese momento decidimos pagar a tocateja lo que nos hemos gastado en el Babaria. Si alguien quiere algo más, que se lo pague de su bolsillo.
El convite sube a seis mil trescientos trece eurazos; ¡para mear y no echar gota! Sin embargo, previamente habíamos contado lo que contienen los sobres y el montante asciende a casi ocho mil; de manera que aún nos sobra dinero. Mi gente se ha portado, ¿eh? Y eso que había niños, que consumen casi igual pero que no hacen regalos. Por cierto, que había un sobre anónimo conteniendo recortes aleatorios de un periódico en vez de dinero. Alguien está en crisis, o es un tacaño, o ha sido una broma de mal gusto. Por lo menos todos nos hemos echado unas risas, ya que lo hemos aireado ante la audiencia.
La gente (y me refiero a los jóvenes sin compromisos familiares o niños que atender) no quiere dar por terminado el asunto y quedan unos cuarenta que deciden ir a un pub cercano a rematar la tarde. Presionado por unos y otros, terminamos aceptando ir con ellos y tomarnos un par de bebidas; aun así, no hago mención en ningún momento de proveer de barra libre gratis a los presentes (¡me fundiría lo que nos ha quedado!). Al final, entre la alegría acumulada, la bebida que he tomado y la buena compañía, termino aceptando bailar junto a los demás. Seguro que lo hago fatal pero ya ni me doy cuenta; toda mi atención está puesta en mi esposo, en su celestial figura, su bello rostro y en los movimientos que realiza. Parece que a él sí le gusta bailar y, aunque había estado algo serio tras pasarse el subidón de la buena noticia sobre su salud, se va soltando y reímos felices.
Quiero pensar que, tras este maravilloso día y todas las buenas noticias, nuestra "pequeña" crisis causada por el tema de su trabajo se ha acabado y que podemos empezar de nuevo. Me prometo a mí mismo no ser tan celoso o controlador y respetarle más. Si quiere ser modelo, sea.
Por turnos, vamos saliendo y comiendo de un kebab cercano para cenar. Son sólo las diez y algo de la noche cuando mi marido y yo nos retiramos por fin. Hemos estado muy tensos con los preparativos y el cuerpo ya va pidiendo un descanso, ¡y todavía queda la noche de bodas!
Busco a Damián para que nos lleve, pero no le encuentro. A decir verdad, hace mucho rato que no les veo ni a él ni a Maite. Sonrío al pensar que se habrán ido a casa de ella para lo mismo que yo pienso hacer con mi indio. Sea como sea, es mi padre quien se ofrece a llevarnos (tiene que amortizar la decoración del coche, aunque le ruego que quite las latas para evitar hacer demasiado ruido a estas horas), y nos da la buena noticia de que ya no se quedará en casa a dormir, pues sabe que necesitamos nuestra intimidad. Por cierto que mi padre no ha tenido que poner ni un euro para el convite pues había suficiente con el dinero de los sobres, así que se ha ahorrado hacer regalo. Aun así, no puedo enfadarme con él, ya que desde siempre ha sido un jugador. Ha apostado al caballo adecuado y le ha salido gratis. Eso que se lleva.
En medio de esos pensamientos estoy cuando, al salir del coche frente al portal de casa, mi padre se baja para despedirse y me entrega un sobre.
—¿Qué es esto?
—Ábrelo.
Hay dos billetes de tren (primera clase del AVE, ida y vuelta) con destino Galicia, y una reserva para los siguientes cinco días en un parador nacional recién remodelado, con su spa, su piscina, su golf... Desayuno y comida incluidos.
—¡Papst...! —Esto sí me ha sorprendido.
—Nada es suficiente para mis hijos, el biológico y el político. —Mi progenitor (algo contentillo de más, probablemente) nos abraza a ambos fuertemente y nos da un beso en las mejillas. —¡Sed felices! —Y con ello se va rumbo al horizonte dejándonos a ambos con la boca abierta.

ESTÁS LEYENDO
Inevitable
RomanceLa constante mediocridad de la vida de Bruno se ve agitada ante la más sorprendente petición recibida desde un completo desconocido llamado Ahmed: casarse por dinero. Bruno nunca hubiera aceptado, pero las circunstancias que le rodean le obligan a...