Capítulo 18

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Me despierto extrañado al escuchar el ruido de las llaves tintinear, ya que significa que Jamîl sale de casa. Miro el reloj de mi móvil y veo que son las once y cuarenta y cinco del medio día. ¡Qué tarde es! Claro, ayer me acosté a las tantas jugando videojuegos.

—¡Ey! ¿¡Te vas!? —exclamo lo suficientemente alto para que me escuche pese a mi puerta cerrada y a la distancia.

—Sí. Tienes el desayuno en la cocina —me informa desde lejos.

A estas horas casi debería comer en vez de desayunar, pero bueno. Escucho abrirse la puerta de la calle y siento un repentino impulso de que no se vaya aún; necesito escucharle un poco más, saber de él, verle.

—Has... ¿has bajado a Hércules?

—Dos veces ya.

—Y... —carraspeo para quitarme la voz de adormilado —¿No es muy tarde para irte? Creía que tardabas casi media hora en llegar.

—Si voy en metro sí, por los trasbordos; pero hoy vienen a buscarme.

—¿Quién?

Me parece escuchar un suspiro, luego la puerta de salida del piso cerrándose de nuevo y sus pasos acercándose que preceden a su aparición ante la entrada de mi cuarto.

—Mario.

—Eh... ¿un compañero de trabajo? ¿Uno de los camareros?

—Algo así. —Vaya, no está muy comunicativo, pero intuye por mi expresión que necesito más información. —Es un repartidor de alimentos. Lleva el pan y la bollería a primera hora hacia esa zona; incluso reparte en la Cantina de Tino. Me ahorra mucho tiempo de viaje.

—¿Y cómo es que te lleva a ti?

—Pues porque nos hemos conocido y nos caemos bien —explica componiendo un gesto de hastío—. Le he estado firmando los recibos de entrada de género cada día desde que empecé, y nos hemos ido haciendo amigos.

—Y... y... —no sé cómo preguntar más, pero necesito más detalles.

—Y tiene 23 años —se me adelanta Jamîl—, es transportista, capricornio y gitano. ¿Qué más quieres saber?

—¿Gitano?

—Sí. ¿Es importante? Porque me está esperando abajo y llegaré tarde si no nos vamos ya...

—¡No, no! No soy racista, ya me conoces. —Él hace mención de irse, pero mi siguiente pregunta me sale abruptamente sin siquiera pensarla. —¿Es gay?

—Tiene una mujer y dos hijas preciosas. Si quieres un día le invito con toda su familia a cenar.

—No, no hace falta. Pasa buen día, Jamîl.

—Gracias.

En cuanto cierra la puerta, salgo corriendo al balcón y miro. Vivimos en un sexto pero puedo localizar una camioneta de reparto allá abajo (nuevecita, repleta de publicidad de una empresa de cátering y alimentos de primeras marcas) y a su lado permanece esperando un muchacho que fuma sensualmente apoyado en la pared. Lleva el cabello largo hasta los hombros; parece alto y fuertote.

—Pues menos mal que es hétero y gitano... —murmuro en voz alta. Se saludan con un cabeceo de colegas y se meten a la cabina. Por un momento me había dado un arrechuchón de celos importante.

El resto del día carece de importancia, porque no le veo a él y me dedico a mis cosas de siempre; cosas que cada vez me parecen más aburridas.

A la mañana siguiente, me despiertan unos golpes en mi puerta.

InevitableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora