Intento esperarle despierto (quizá para un segundo polvo antes de dormir), pero la emoción y el cansancio de este día tan intenso termina pasándome factura y caigo en los brazos de Morfeo.
Despierto confuso en medio de la oscuridad y mi primer pensamiento es para mi atractivo huésped. No estaría nada mal bajarle los pantalones un poquito y metérsela, bombear poco a poco hasta corrernos y quedarnos dormidos de nuevo, abrazados. Hace mucho que no duermo abrazado a nadie.
Pero mi mano se enfría al tantear por el lado izquierdo de la cama y notarlo tan vacío como siempre. ¿Qué hora es? Quizá acabo de dormirme y sólo han pasado cinco minutos. Echo mano de mi teléfono móvil en la mesita y compruebo que son las tres y pico de la mañana. "¿Dónde está este? No puede estar limpiando aún."
Me levanto y recorro el pasillo con la mente embotada, tambaleándome al intentar no chocarme con nada. ¿Habrá saltado tan pronto la liebre y descubriré que era un montaje para entrar en casa y robarme todo lo de valor? ¿Lo habré soñado y Jamîl ni siquiera existe?
Voy al salón y todo sigue donde lo dejé: mi ordenador, mi televisión... Bueno, todo no: la mantita está plegada sobre el sofá, mis zapatillas agrupadas en un ordenado rincón y todo huele a limpio, como al spray ese de limpiapolvos que uso una vez cada varios meses. En cambio, Hércules no está en el rinconcito del sillón donde suele dormir.
Alumbrando mi camino gracias a la aplicación linterna de mi móvil, llego hasta la habitación de invitados y compruebo que tanto el yorkshire como mi futuro marido están en esa cama, durmiendo profundamente. Bueno, el perrete levanta la cabeza al intuirme << ¿Qué pasa? >>
No entiendo nada; mi mente no da para más a estas horas de la noche. Me encamino de nuevo a mi cama y decido que ya pensaré mañana en lo sucedido.
Deben haber pasado unas cuantas horas cuando despierto muy poco a poco al notar un inesperado placer recorrer mi enhiesta virilidad matutina; húmedas caricias sinuosas alrededor de mi glande en conjunción con un muy lento masaje del mango y los testículos. ¿Aún estoy durmiendo? Incrédulo, entreabro los adormilados ojos legañosos y alumbro con mi móvil bajo las sábanas. Allí está el hindú trabajándome el cimbel y, al darse cuenta de que le observo, me dedica una expresión que juzgo como libidinosa antes de continuar.
—Jamîl. ¿Qué estás...? —¡Qué labios tiene! Y qué lengua.
—Sssh. Relájate, Bruno.
Y me relajo. Todo yo estoy relajado menos la parte que recibe sus atenciones.
Debido a mi amodorrado estado no sé si pasan un par de minutos o mucho más tiempo, pero finalmente sé que me es imposible soportar más placer sin sucumbir ante sus inimitables artes orales.
—Jamîl, me... ¡me corro! —advierto casi al límite para que se aparte. Reconozco que quizá he sido un poco malo y se lo he dicho cuando algún pequeño chorrito ya ha emergido, pero no puedo evitarlo: me da un morbo impresionante pensar que al menos unas gotitas de mi semen han rozado su lengua. Pero él no se aparta. —¡Jamîl! —parece darle igual, porque debo de estar soltando toda la producción nocturna de blanca ambrosía y sus labios siguen amorrados a mi pilón.
Al cabo de unos segundos, todavía jadeando, escucho cómo se aparta, se acerca a la ventana y abre un poco la persiana; sólo entonces, cuando mis ojos se acostumbran a la luz, él sonríe con pillería y se produce un sonoro "glugs" a la vez que su nuez de adán sube y baja.
—Te lo... te lo has tragado... —¡Dios! Nadie había hecho eso conmigo desde, desde que Isaac...
—¿Te gusta así?
—Podría ser peligroso, Jamîl. No deberías hacerlo.
—¿Es peligroso?
—Conmigo no. Es decir, yo estoy bien; pero con cualquier otro podría... no sé...
—¿Te gusta así? —repite.
—A ver... —Imagino mi leche en su estómago, pasando a formar parte de su ser —Joder, ¡sí!
—Bien.
Observo que aún no se ha afeitado y la sombra de barba le sienta extremadamente sexy, aunque no se le cierra del todo por su juventud; pese a ello mi tipo de chico siempre ha sido lampiño, así que se lo comentaré cuando salga el tema para que no se descuide en ese aspecto.
—¿Qué hora es?
—Las diez. En España se duerme mucho, ¿verdad? Quizá te gustaría desayunar ahora —y trae desde la cómoda una bandeja con un vaso de naranjada y unas porras con azúcar, de las compradas en la churrería de Doña Pepa, en la esquina.
—¿Aún te acuerdas de eso? —le conté por chat que ese era mi desayuno preferido. Dejando la bandeja en mi regazo, él se dirige a la salida y yo vuelvo a llamarle. —Espera, oye... ¿cómo es que no viniste a dormir conmigo?
—¿Para qué?
—A ver —Menuda pregunta, no me la esperaba—, ¿para qué dormir juntos y calentitos? Es agradable, sobre todo ahora que es invierno.
—Me has asignado una habitación.
—Hombre sí, pero para tu equipaje y tus cosas; no tenías por qué dormir solo.
—Hay una cama allí.
—Sí, lo sé; venía con la casa cuando la alquilé. Verás, puesto que vamos a casarnos y estamos ya teniendo sexo, pensé que...
—¿Quieres más? —Jamîl se me acerca de nuevo y me agarra suavemente de la entrepierna por encima del edredón. —Estoy aquí para cuando lo necesites.
—No, no... ahora mismo no. No me refiero a eso.
—Entonces perfecto. Las camas de tu casa abrigan bien y los dos dormiremos mejor separados. Cada mañana, si no te molesta, te despertaré como hoy.
—¡No me molesta! —aseguro al instante. Mientras hablaba se ha acercado a la mesita de noche y acaricia descuidadamente la caja de música. No la he abierto aún desde que la traje y no creo que vuelva a abrirla. Es un recuerdo, pero lo que representa toca una fibra en mi interior que me asusta. —Emmm... Jamîl, por favor, no la toques. Era de mi difunta madre.
—¡Ah! Perdón. —Va a irse cuando me extraño de otra particularidad en este día.
—¿Y Hércules? Normalmente empieza a ladrar temprano para que lo saque a pasear, por eso no tengo la alarma programada.
—Lo he sacado yo. Es un perro muy bonito. Me gusta.
—Creo que también le gustas a él —le hago notar mientras sale de la habitación con una sonrisa victoriosa. —Y a mí.

ESTÁS LEYENDO
Inevitable
RomanceLa constante mediocridad de la vida de Bruno se ve agitada ante la más sorprendente petición recibida desde un completo desconocido llamado Ahmed: casarse por dinero. Bruno nunca hubiera aceptado, pero las circunstancias que le rodean le obligan a...