Sinceramente, prefiero no volver a comentar ese bochornoso momento en que mi madre me asaltó durante el culmen de uno de los mejores polvos de mi vida, rompiendo toda la atmósfera y elevándome al primer puesto de los tíos más raros y frikis con que cualquiera pudiera irse a la cama. ¡Aún me pongo rojo cuando lo recuerdo!
Por suerte, el propio Jamîl tampoco me interroga al respecto y ambos podemos actuar como si nunca hubiera ocurrido. Él sabe de mi madre, de su reciente fallecimiento, de su incapacidad para aceptar mi orientación sexual o mi modo de vida (¡vergüenza me da una madre así! Sobre todo comparándola con sus padres, que le terminaron aceptando pese a que su sociedad y su cultura fueran completamente ajenas a los gays y a sus derechos) así no diré más de este trauma: soy humano y, como él dijo, todos tenemos nuestros demonios. Mi madre fue uno de ellos.
Dejando de lado aquella situación, este tiempo desde la agresión a mi indio (como Damián le llama) ha ayudado mucho a sanar sus heridas. Ya no cojea, los hematomas han desaparecido, su ojo ha recobrado las dimensiones normales y, finalmente, ya no serán necesarios más de esos puntos adhesivos sobre su labio. De este último le queda ahora mismo una finísima cicatriz blanca, pero en unas semanas más no creo que se note nada de nada.
Por cierto de mejoras en su salud; desde que le compré el jarabe para la tos se lo ha estado tomando regularmente y parece haber remitido casi en su totalidad. Por lo visto era una irritación que no remitía debido a que no dejaba de toser y se había convertido en un círculo vicioso del que no podía salir por sí mismo. Es indignante pensar que, si hubiera seguido viviendo en Calcuta, su tos habría sido crónica y podría haberle terminado acarreando serios problemas respiratorios o de garganta en pocos años. Aquí, en cambio, pronto ya no quedará ni rastro de su antiguo malestar. Él mismo apenas se lo puede creer. Me alegra muchísimo saber que le he ayudado.
Esta tarde de sábado he recibido una novedad que me ha caído bastante regular: Damián ha llamado y ha insistido en que, puesto que me caso en dos semanas, va siendo hora de regalarme una despedida de soltero. Dice que contactará con los viejos colegas de siempre, los que ya casi no veo porque tienen o una novia posesiva, o hijos, o se han ido a trabajar lejos. Obviamente me niego en rotundo pues no pienso aceptar estriptis de ningún hétero ciclado que baile por dinero ante las locas que le contraten, o ser el blanco de bromas estúpidas que terminen conmigo corriendo en bolas sobre algún monte de Navacerrada.
Notando cómo me cierro, mi colega acepta bajar sus expectativas y se conforma con que vayamos a cenar con él, con Maite y con algunos colegas más a los que ya ha informado (¡Mal rayo le parta! Suele ser muy listo, pero cuando se trata de planificar una fiesta se le va la bola. ¿Acaso no recuerda que todo este asunto de la boda es falso? ¡A menos gente se entere mejor! La lista de posibles invitados va a crecer demasiado), tras lo que iremos a algún lugar de ambiente gay para bailar, beber y hacer el idiota un rato; todo en nuestro honor.
Por mucho que me quiera negar (puesto que no me va lo de bailar en público o beber algo más fuerte que una cervecita junto al aperitivo del medio día) me gana con su siguiente argumento:
—¡Tío! Tienes el pseudoprometido más buenorro de Madrid, y ¿no quieres fardar de él ante la peña? ¡Esas maricas malas se morirán de envidia! —Fardar me llama bastante, ya que ha habido mucha gente malmetiendo contra mí en youtube, y sé que mi prometido (y por ende yo mismo) seremos el centro de atención tanto porque Jamîl está como un tren como porque yo soy conocidillo.
Por otra parte, la expresión de mi novio (técnicamente hablando es mi novio; al menos ante el resto del mundo) es impagable: me ha estado escuchando conforme hablaba por teléfono y creo que se ha dado cuenta del asunto. Su expresión de ilusionada expectación es igual que la de Hércules cuando compro croquetillas para perro de las especiales, de las que le doy como premio, y es que (recuerdo ahora) pese a los meses vividos en España, Jamîl no ha salido nunca de fiesta por el ambiente. En realidad nunca ha salido de fiesta, que yo sepa.

ESTÁS LEYENDO
Inevitable
RomantizmLa constante mediocridad de la vida de Bruno se ve agitada ante la más sorprendente petición recibida desde un completo desconocido llamado Ahmed: casarse por dinero. Bruno nunca hubiera aceptado, pero las circunstancias que le rodean le obligan a...