Nada más torcer la esquina y ver ahí cerca el edificio del Juzgado, se me encogen los huevos al ver a la masa de gente arremolinada en una expectante marea humana llena de elegancia casamentera.
—Al final no te van a faltar testigos si el tal Mario no se digna a firmar —apunta mi amigo con un guiño de ojo.
Mi padre, mis herman@s, prim@s, sobrin@s, cuñad@s, tí@s, amig@s cercan@s y lejan@s... ¡Qué de peña! Me cuesta reconocerles a todos, y es que hace años que no veo a más de la mitad de los presentes. ¿Cuantos pueden ser? ¿Más de cien? ¿Doscientos? Espero que cada uno traiga un buen sobre con billetes en el bolsillo; al menos tanto como para cubrir su cubierto en el convite. Lamentablemente la que más podía dar (mi abuela) no ha venido, pero eso me alivia; esa archidemonia católicobsesionada podía arruinarme el día con una única mirada.
A Damián no se le ocurre otra cosa que comenzar a dar bocinazos para alertar de nuestra llegada, así que salgo en medio de un azorado acaloramiento para comenzar a recibir besos, abrazos y palmaditas en la espalda de los allí reunidos, tras lo que nos vamos introduciendo en el Juzgado. Por cierto que es bastante gracioso ver a los invitados (y autoinvitados) de la boda, tan trajeados y peluquerizados, pasando por debajo del arco detector de la policía y siendo cacheados cada vez que pita (¡y pita mucho, y muy a menudo!); al final, los primeros que han pasado empiezan a hacer apuestas inocentes sobre si a este o a aquel les pitará o no, y el dinero empieza a moverse de mano en mano bajo la malhumorada mirada de los vigilantes.
Hay que decir también que no cabemos todos en el pasillo, donde debemos esperar a que la secretaria del juez nos llame; finalmente la autoridad vigente toma cartas en el asunto y corta el grifo: no entra nadie más por motivo de mi boda. Puesto que algunos familiares o amigos cercanos se han quedado fuera, el sentido común impera y los menos allegados se salen para dejar hueco a los que más derecho tienen a compartir este momento. Quizá debería haber alquilado algún local amplio y haber pedido al letrado que se desplazase, ¿pero quién iba a imaginar esta afluencia? Por lo que tengo entendido, a las bodas van únicamente aquellos que han sido invitados, pero los asistentes a la mía (tanto la familia Portela como simples conocidos) han debido suponer que su presencia era requerida en el día más importante de mi vida.
Transcurre al menos una hora más con todos allí reunidos esperando nuestro turno, pero se me pasa volando en medio de conversaciones y poniéndome al día con unos y con otros. Hay un ligero momento de tensión entre Maite (muy guapa, por cierto) y Elías, pero mi mirada de circunstancia termina obligándoles a darse un par de besos y dejarse de tonterías. Mi hermano y la psicóloga no acabaron bien del todo pese a los intentos (¿quién puede acabar bien del todo con un ex?), pero tampoco fue una separación traumática, que yo recuerde.
Por cierto que mi hermano me confirma que Patri le ha informado del Restaurante donde se celebrará el convite, y que ya les ha llamado para reservar mucho más espacio y comida. Por lo visto, con la crisis hay poca gente que se arriesgue al matrimonio, así que hay hueco de sobra.
Mi reloj (no me lo ponía desde hace años, desde que me conformo con mirar la hora en el móvil) señala que es ya la hora y me empiezo a poner nervioso ante las preguntas de la gente sobre Jamîl. ¿Dónde está este chaval ahora? Todos quieren conocerle y los más avispados se meten en mi perfil del Facebook a través de sus teléfonos y allí cotillean al que aparece como "mi prometido". Parece que su aspecto causa un gran interés, y no es para menos.
—¿Por dónde paras? —Le pregunto llamándole al móvil.
—Estamos aparcando detrás del edificio, que no había sitio cerca —y me cuelga.
—¡Ey! —Damián me recoloca la florecilla resultona del bolsillo del traje y aprovecha la cercanía para susurrarme: —Acabo de escuchar a alguien en esa sala instruyendo para comenzar con tu boda. ¿Dónde cojones está tu indio?
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Inevitable
RomanceLa constante mediocridad de la vida de Bruno se ve agitada ante la más sorprendente petición recibida desde un completo desconocido llamado Ahmed: casarse por dinero. Bruno nunca hubiera aceptado, pero las circunstancias que le rodean le obligan a...