Al volver al dormitorio después de asearme compruebo que la bandeja con platos y vasos ya no está. De camino al salón me doy cuenta de que todo está fregado y en su sitio (la pila de platos nunca había estado tan limpia y vacía). ¿Así se siente quien tiene un criado en casa?
Me voy maravillando ante el suelo brillante, la casa ordenada, el polvo pasado... e incluso puedo escuchar la lavadora en marcha. Al entrar en el salón me doy cuenta de que deben estar lavándose las cortinas ya que los ventanales están completamente abiertos y el sol entra con una fuerza inusitada desde que vivo aquí. Nunca las había lavado antes.
En el centro, sobre la alfombra (¿es posible que tenga los colores más vivos? ¿Le habrá pasado el aspirador?) se encuentra Ahmed Jamîl en esa posición de piernas cruzadas que pone la gente rara para meditar, creo que le llaman "del loto". Tiene los ojos cerrados, pero al escucharme los abre y me sonríe.
—¿Preparado?
—¡Claro! Para... ¿para qué?
—Para ir al registro a por los papeles del matrimonio. —Intenta contener una tosecilla. Yo diría que le da por toser cuando se pone nervioso.
<< ¡Matrimonio! ¡Matrimonio! >> exclama Hércules saltando a mi alrededor.
—¿Ya? Pero... ¿ya?
—Cuanto antes. Recuerda que hay que pedir para mí un carnet de identidad para extranjeros, y con el resguardo podemos pedir papeles del matrimonio en el registro, rellenarlos y pedir nueva cita para devolverlos, con testigos que firmen ava... avelánd... testificando que somos novios.
—Avalar, se dice avalar. Emmm... Vale, sí. Cojo la chaqueta y nos vamos.
Se nos va la mañana entera viajando en metro, pidiendo y esperando nuestro turno en la ventanilla apropiada, solicitando papeles, soportando las miraditas de los funcionarios por ser gays casaderos (y encima uno extranjero), etc... Yo sigo comprobando cómo la gente se lo queda mirando con disimulo, y es que los que son así de guapos siempre llaman mucho la atención. ¿Se dará cuenta él de lo especial que es? ¿De lo mucho que resalta? ¿Del examen visual que todo el mundo le dedica cuando se lo cruza? ¿Le gustará ser observado? ¿Le resultará violento? ¿Estará acostumbrado?
Durante el camino de vuelta de nuevo pienso que su actitud solícita (tanto sexualmente como con la limpieza) debe ser un intento de tenerme contento para que no cancele nuestro acuerdo. Es probable que no confíe en mí del todo o que esté temiendo que yo me vaya a echar atrás. No puedo culparle por tener miedo, ya que ahora toda su vida depende de este proyecto; y si pretende combatir así su inseguridad, tampoco voy a protestar.
—Por favor, ve a relajarte —pide entrando en casa—. Yo haré la comida y luego rellenaremos los papeles.
—Mejor rellenemos ahora —respondo tras cerrar la puerta, abalanzándome sobre él y abriendo los botones de la cremallera de sus vaqueros. Pese a mis sinceras ganas, estas ansias de poseerle provienen de un muy meditado propósito: comprobar que realmente este tío bueno está a mi merced cuando yo quiera, y de paso afianzar mi posición como "el que tiene la sartén por el mango". No quiero ser malo, pero él está haciendo todo lo posible para asegurarse de que yo cumpla con mi parte del trato, así que me siento con la necesidad de comprobar que él también va a cumplir la suya y que durante estas semanas (o meses) será completamente mío.
Le noto algo tenso, confuso, casi puedo sentir cómo hace mención de resistirse y alejarse; pero ese impulso únicamente permanece durante el segundo que tardo hasta tener mis manos metidas por dentro de sus slips, agarrando una de sus nalgas y todo su sexo; en ese momento parece tornarse un animal en celo, suelta las bolsas con los documentos en el suelo, aprieta su trasero en pompa contra mi entrepierna y hace lo posible por bajar sus pantalones hasta las rodillas. Yo extraigo mi cartera, saco los dos sobrecitos que llevo ahí desde que me los repartieron en el pasado día del orgullo (uno con un condón y otro de lubricante) y en menos de un minuto tengo empalado a este hindú tan pizpireto.

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Inevitable
RomanceLa constante mediocridad de la vida de Bruno se ve agitada ante la más sorprendente petición recibida desde un completo desconocido llamado Ahmed: casarse por dinero. Bruno nunca hubiera aceptado, pero las circunstancias que le rodean le obligan a...