Capítulo 28

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No sé lo que pasa durante los siguientes minutos. Diría que Damián me ha guiado hasta el salón, porque recobro la consciencia de lo que me rodea cuando Jamîl entra en esta habitación y se sienta ante nosotros. Está vestido como para irse a la calle y deja una mochila a su lado. Hércules no está; deben haberlo encerrado en la galería.

Intento hablar, pero parece que la garganta no me obedece, así que empieza él:

—Al principio sentí cosas por ti; quizá fue a causa del favor que me hacías al permitirme obtener los papeles por medio del matrimonio, o puede que porque realmente te admiraba debido a tus vídeos de Maxforce —Apenas consigo verle a través de las lágrimas; creo que él mismo está apenado por verme así—, pero llevas meses, desde el momento en que vine, subrayando el hecho de que esto es un contrato en donde ambas partes hemos de cumplir. No estoy diciendo que no debiera ser así; simplemente, así fue.

—Pero... pero ya no. Todo lo que te dije de que te quería...

—Me lo dijiste ayer, Bruno. Durante todos estos meses nuestra relación tenía un final muy claro. Esto era un trato.

Damián no levanta la mirada de la alfombra; tan silencioso que apenas me percato de su presencia.

—Es que fue ayer cuando me di cuenta de lo que significaba tenerte conmigo para siempre. Me di cuenta de que merecía la pena luchar por hacerlo verdad. Ayer perdí el miedo a sentir, a admitir lo que tú representas para mí.

—Ayer ya era tarde. Mario y yo nos gustamos, sentimos cosas y queremos estar juntos.

—Sentís... cosas... —Intento aferrarme a un clavo ardiendo —Pero no le quieres.

—Sí. No... no sé. Creo que sí. Al menos estamos en proceso de llegar a ese punto.

—A ver... —niego con la cabeza y trato de contener la irritación en mi tono de voz: —Pero, ¿no era hétero?

—No. Yo no dije tal cosa.

—¿Cómo que no? —ahora sí le miro airado—. Recuerdo perfectamente que me hablaste de su mujer, de sus hijas... e incluso sugeriste que las podíamos invitar a cenar alguna vez.

—Lo de invitarlas a cenar era una ironía —admite—, ya que estabas siendo bastante impertinente ese día; pero lo de que tiene mujer e hijas es cierto. —Al ver que mi confusión, continúa explicándose: —Ya sabes que la cultura gitana es casi tan homofóbica como la de mi país, o quizá más. De pequeño no tuvo opción a experimentar o a aceptar su sexualidad; le impusieron una boda y, por el honor de sus padres y de todo su clan, tuvo que aceptar.

—¡Oh, qué pena me da! —intervengo burlonamente—. Y qué pasa con él ahora, ¿esos gitanos ya no son homofóbicos? ¿Le aceptarán en su clan si se lanza a chupar rabos, como todo buen maricón que se precie?

—Ahora, Mario tiene claro que no es una esposa lo que quiere y va a intentar escapar de la cerrazón de su cultura —explica Jamîl ignorando el tono de mi comentario—. Dejará su casa, a su familia, a su gente, para buscarse a sí mismo en la libertad de una nueva vida. Yo le apoyaré en lo que pueda. Si te das cuenta, es prácticamente lo mismo que yo hice al venir aquí y que tú hiciste por mí.

—Te... —se me traba la voz y tengo que toser mientras me seco furiosamente la cara. —¿Te lo has follado?

—Ni una sola vez —asegura mi esposo (si es que se le puede llamar así) poniéndose serio—. Y antes de que lo pienses, no ha sido fácil para nosotros el resistir.

—¿Por qué no lo has hecho?

—Él no quería hacerlo mientras yo estuviera prometido o viviendo contigo, por su propio honor...

InevitableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora